Solo yo no tengo novio

Algo sucede en nuestra adolescencia y parece repetirse a lo largo de la vida hasta que finalmente encontremos a nuestro gran amor: la sensación de que todo el mundo es feliz en el amor excepto nosotros mismos.

Normalmente, la primera vez que nos damos cuenta de la posibilidad de tener a alguien especial es en la escuela. Salimos del mundito de nuestra familia, donde todo el mundo es, además de aburrido e irritante, hermano o hermana, primo u otro pariente — y entramos a la escuela. Allí encontramos a cientos de otros niños y jóvenes de nuestra edad.

No demora mucho para que comencemos a notar que alguien nos llama la atención. Y así, a lo largo de los años escolares, entre las pequeñas distracciones causadas por los profesores, sus libros y los temas que insisten en querer enseñarnos, nosotros vamos fijando cada vez más nuestros ojos en aquellas personas que son como colirio para ellos. Soñamos despiertos, coqueteamos con la mirada, nos arreglamos por la mañana pensando en aquella persona de 8° A (¿me notará hoy?) — o algo así. Vamos intentando de alguna manera lidiar con esos sentimientos que no logramos apagar dentro de nosotros.

Cuando vemos a nuestros compañeros de novios, saliendo con las personas más interesantes de la escuela, marcando encuentros después de clase o contando lo que hicieron juntos en aquella fiesta del último fin de semana, pensamos: “¿Acaso solamente yo no tengo con quién salir?

Y no es muy diferente para quien continúa soltero en la edad adulta. Parece que no importa hacia dónde mire, solo hay parejas tomadas de la mano, abrazándose o caminando juntos. Su círculo de amigos solteros va quedando cada vez más pequeño y llega a ser tan pequeño que casi puede usarlo en el dedo, como una alianza… Y la malvada ansiedad habla fuerte: “¡Tienes que conseguir un novio enseguida! Encuentra la manera”.