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Luchas Perdidas

Luchas Perdidas

Luchas Perdidas

“¡No lo consigo!  Por más que lo intente, no consigo practicar la Palabra de Dios. Y lo peor es que, cuanto más lo intento, menos la practico” – murmuró una muchacha del Grupo Joven después de una reunión.  Estaba realmente muy triste, pero al mismo tiempo, a la defensiva.  Era como si Dios estuviese exagerando al requerir de nosotras la práctica de Su Palabra. El problema es que, cuando una persona no teme a Dios, se vuelve muy difícil para ella practicar lo que Él dice.  Es como una relación entre padre e hijo. Para que un hijo obedezca a los padres, no siempre es necesario enseñarle; debido a la disciplina de los padres, acaba sometiéndose de forma natural, pues entiende que sus padres son mayores y con más experiencia y, por eso, los teme. Una empleada que teme a su jefe siempre hará lo que él le dice, incluso aunque no esté de acuerdo.  Le obedece y le respeta como jefe, pues sabe que tiene autoridad para despedirla si fuera el caso.

Muchas mujeres dicen que son “cristianas”, pero, aun así, no respetan a Dios.  Piensan que Él es sólo amor, que jamás se indigna y que está siempre listo para perdonar, incluso aunque sea un minuto después.  Viven como quieren y no les importa lo que Dios dice, hasta les gusta ir a la iglesia porque así alivian un poco el peso de la conciencia; sin embargo, sólo el cuerpo va a la iglesia, no el espíritu. La mente se queda pensando en la casa, en el trabajo, en los hijos, en los familiares, en el partido de fútbol, en las novelas, etc. Su vida es completamente diferente de lo que fingen ser. Los domingos se colocan la mejor ropa para impresionar a las demás mujeres; se sientan en el lugar más conveniente para que, tan pronto como acabe la reunión, puedan salir inmediatamente. La verdad es, que malamente pueden esperar a que la reunión acabe porque permanecer allí es una carga para ellas. Intentan, incluso, llegar tarde, a fin de cuentas, la primera parte de la reunión no les interesa mucho.

Ese tipo de mujer “cristiana” no respeta a Dios, no lo lleva en serio y piensa que la salvación es sólo una broma. Vive hablando mal de los demás y sus ojos están siempre juzgando y envidiando a los demás.  Su mente está siempre llena de malos pensamientos. Sus pies caminan con pasos largos para unirse con las malas compañías y sus manos son nada más y nada menos que instrumentos para practicar el mal. Es obvio que cuando esta mujer lea este artículo, inmediatamente, se sentirá acusada y juzgada – una señal de que se identifica con él. Y Dios le advierte: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28).

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