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Raquel y Lea

Raquel y Lea

Raquel y Lea

No se hace mucha referencia a Lea cuando se habla de las mujeres de la Biblia, pero aún así, es una mujer digna de admiración.  Fue rechazada, humillada y vivió en soledad; aún así, en vez de revelarse contra Dios, se volvió hacia Él, convirtiéndose en una mujer de Dios. Se suele hablar más sobre Raquel, su hermana, que aparece primero en la Biblia.  La historia de Lea comienza cuando su padre con la intención de engañar a Jacob, la da en matrimonio en el lugar de su hermana.  Ella era rechazada en su casa por el hecho de tener un defecto físico y ahora, por primera vez, tenía la oportunidad de ser respetada como esposa de Jacob. Sin embargo, su alegría duró apenas una noche, pues volvió a ser rechazada y humillada cuando Jacob demostró una total desilusión al descubrir que no se había casado con Raquel.

Raquel, su hermana pequeña, a quien pertenecía el corazón de Jacob, apareció nuevamente, casándose con Jacob y dejando a Lea como concubina.  Fue ahí, cuando Lea empezó a tener una relación con Dios, a quien debe haber conocido a través del testimonio vivo de Jacob. Al contrario que su hermana, creció cada vez más cerca de Dios, quien, viendo su situación, comenzó a bendecirla dándole hijos. Por otro lado, Raquel tenía buena apariencia y el amor de Jacob, pero no tenía la misma fe y, obviamente, no era bendecida por Dios.  Cuando observó que no estaba dando hijos a Jacob, empezó a envidiar a su hermana Lea y le dijo a Jacob: “Dame hijos, o si no, me muero.” Entonces, se encendió la ira de Jacob contra Raquel y dijo: ¿Estoy yo en lugar de Dios, que te ha negado el fruto de tu vientre?”  (Génesis 30:1,2). A pesar del hecho de no poder tener hijos, Raquel tenía muchas razones para ser feliz. Pero su envida la cegó de tal manera que no conseguía ver que su hermana estaba finalmente venciendo en la vida. Todo en lo que Raquel conseguía pensar era en que su hermana estaba ganándola y que su mundo perfecto se estaba quedando demasiado pequeño para las dos.

Raquel utilizó a sus siervas para que durmieran con Jacob y ponía nombre a cada hijo, según la indignación que sentía. Uno de los nombres, en particular, reveló con exactitud el sentimiento que alimentaba contra su hermana: “Y Raquel dijo:  Con grandes luchas he luchado con mi hermana, y ciertamente, he prevalecido. Y le puso por nombre Neftalí” (Génesis 30:8). Es interesante percibir lo diferente que eran una de la otra. Mientras que Lea estaba agradecida porque Dios la había bendecido con hijos, Raquel no conseguía sentir otra cosa que no fuera envidia, hasta el punto de que esa envidia se reveló al nombrar a “sus hijos”.

Raquel tenía buena apariencia, popularidad y el amor de Jacob, pero no era una mujer de Dios. Se apoyó en todo eso para ser la esposa perfecta para Jacob, pero incluso así, no era ni se sentía completa. Lea, en cambio, no tenía buena apariencia, siempre fue despreciada, fue considerada un engaño por Jacob, pero, aun así, era una mujer de Dios que tuvo al Propio Señor Jesús como Descendiente suyo.

La mujer de Dios puede pasar por momentos muy difíciles, pero siempre mantendrá su integridad. Se alegra cuando otras personas son bendecidas y cree que Dios la bendecirá en el tiempo adecuado. En ningún momento Lea demostró sentir odio hacia Raquel – no podemos decir lo mismo de Raquel hacia Lea. Raquel no tenía la misma fe de Jacob, a fin de cuentas, ya tenía su corazón y, por eso, vemos tanta diferencia entre ella y su hermana. Raquel vivía para “ganar puntos”, siempre mirando a las otras y envidiándolas – sin importarle lo poco que había para ser envidiado.  Ese tipo de mujer mira a las otras de los pies a la cabeza y, a veces hasta las juzga; pero la verdad es que su vida está controlada por la envidia y no consigue soportar la presencia de una mujer de Dios. Puede hacer oraciones, sacrificios y ayunos, pero se acaba volviendo maldecida e incompleta por sus malos ojos. “Porque donde hay celos y ambición personal, allí hay confusión y toda cosa mala” (Santiago 3:16). Un día, las mujeres que ella rechazó serán honradas por el Señor Jesús, sin importar su pasado, su apariencia o su falta de popularidad.

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