Noticias | - 10:32 am
Para estar orgullosos de nuestros hijos, no hace falta que ganen trofeos o concursos, lo esencial es que se queden fascinados por los pequeños misterios de la vida.
Desde que soy padre, me fijo mucho en esta especie de competición sutil para ver quién tiene el mejor hijo. Hay charlas entre padres de familia que parecen más bien una convención de vendedores en una feria del sector alardeando de las características de los nuevos modelos.
Todos los niños son los más listos, los más graciosos, los que cantan mejor, los que hablan desde los tres meses, los que ya resolvían ecuaciones de matemáticas en la guardería. Los padres no suelen decir: “Pues el mío aún se orina en la cama”; “El mío es el matón de la clase”; “El mío vocaliza fatal y le decimos que sí, pero no entendemos la mitad de sus frases”. Esa es la competición social que muchos padres quieren ganar, para darse mérito, para triunfar a través de sus hijos.
Pero después todos tenemos un orgullo casero, de disfrute personal, de consumo propio, que no necesitas colgar en las redes sociales a menos que vivas de explotar a tus retoños y haya un patrocinador controlándolo. Son esos momentos en los que simplemente ver a sus hijos en actividades del día a día le llenan de felicidad.
A veces son cosas que creemos ordinarias y que solo valora si las hace por primera vez, o ha tenido un accidente grave y tiene que sufrir meses de rehabilitación: caminar por primera vez, subir o bajar una escalera, comer solo con cubiertos… o cuando crecen y ya van solos a por el postre de la nevera, o empiezan a leer ese libro que les fascina, o incluso le acaban explicando a uno cómo funciona algo del teléfono.
Para sentir orgullo y satisfacción de nuestros niños y niñas, no hace falta que ganen trofeos, concursos, partidos, que saquen las mejores calificaciones en la escuela o que sean mejores que los demás (aunque si pasa, siempre se agradece). Lo importante es que se queden fascinados por los pequeños misterios de la vida… y le vuelvan a fascinar a usted, de paso.
Nuestra cara entonces se transforma en una gigantesca sonrisa boba de admiración, como si toda la magia de esa personita fuera cosa nuestra. A veces corremos a hacer videos y fotos del momento como si quisiéramos que este durara siempre. Pero a veces simplemente mira y se olvida de las noches sin dormir, de la crianza y de las prisas por llegar a todo… y disfruta de esos momentos perfectos.
Es un tópico decir que no hay nada más bonito que la sonrisa de un niño. Para los que no tienen críos o los quieren de manera cuestionable, un coche de lujo o una casa impresionante pueden resultar más apasionantes. Pero para un padre hay pocas cosas más impresionantes que ver a tus hijos descubrir con ilusión la magia cotidiana de la vida y convertirse en personitas felices y autónomas.
Fuente Consultada: Artículo de Martín Piñol, escritor de literatura infantil, publicado en elpaís.com el 18 de agosto de 2022.
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