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Cómo se aplica la Justicia de Dios

Cómo se aplica la justicia de Dios

Este es uno de los puntos más controvertidos en la vida cristiana, no porque Dios haga caso omiso de las injusticias promovidas contra su pueblo por parte de los no-cristianos o por parte de los propios cristianos, sino que la verdad es que cuando el cristiano se ve injustamente tratado por otro, si no tiene el carácter del Señor Jesucristo, procura por defenderse por sus propios medios o recursos y toma actitudes según su propio carácter, es decir, defendiéndose con uñas y dientes. Hemos aprendido lo que dijo Jesús:

«No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, dale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos» (Mateo 5:39-41).

Esto significa que debemos permitir hasta que seamos maltratados injustamente, ya que en las injusticias que sufrimos es donde somos probados. Si deseamos conocer el carácter verdadero de una persona, debemos observarla, cuidadosamente, en los momentos de la prueba. El rey David dijo:

«Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza; pero mi corazón será continuamente contra las maldades de aquéllos» (Salmo 141:5).

Si queremos tener un carácter de acuerdo al de David, el hombre según el corazón de Dios, entonces aprendamos esta relación: de que nuestra causa estuvo, está y siempre estará delante de los ojos de Dios Justo. Y cuando alguien cometa alguna injusticia contra nosotros, por más cruel que sea, debemos confiar en nuestro Juez Justo, quien más tarde o más temprano hará que la injusticia cometida contra nosotros se vuelva en justicia, y esta dará lugar al gozo y a la alegría de haber pasado por la prueba. Por tanto, jamás debemos defendernos ante cualquier ofensa, al contrario, humillarnos confiando que el Justo Juez defenderá nuestra causa y nos dará la victoria. Pero, si por acaso procuramos defendernos, no solo estaremos dejando de lado a nuestro Juez Justo, sino que, también caeremos en el gran error de manifestar el viejo hombre corrupto y destinado al fracaso total en la vida cristiana.

Para el hombre natural, es imposible ceder a las injusticias cometidas contra él, y hasta existen aquellos que afirman categóricamente: «Por mis derechos yo voy hasta las últimas consecuencias…» Es por eso mismo que los cementerios están llenos. ¿Cuántos no hay que perdieron su vida defendiendo sus derechos? El carácter de ellos es este: defender, defender, defender… El Señor Jesús dijo:

«Porque os digo que, si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 5:20).

¿No es nuestra justicia la propia justicia de Dios? ¿No es el carácter divino el que tiene que fluir a través de nosotros? ¿No somos el buen perfume de Cristo? ¿La luz del mundo? ¿La sal de la tierra? Entonces, ¿Cómo podemos permitirnos perder la oportunidad de ejercer en mucho la justicia que viene de Dios, delante de los escribas y fariseos? Sabemos que muchos cristianos y hasta ministros de Dios, cuyas vidas jamás pueden expresar el carácter del Señor Jesucristo, es esto porque jamás admiten «perder», y no pudiendo agredir físicamente a quien le ofendió, entonces lo hace con la lengua; no pudiendo hacerlo personalmente, entonces lo hace por la espalda, creando así animosidad en la propia iglesia. Para estos está escrito:

«Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que siga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego» (Mateo 5:22).

Finalmente, aprendamos que la Justicia de Dios se revela en el Evangelio, de fe en fe, como está escrito:

«Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (Romanos 1:17); y, «Más el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma» (Hebreos 10:38).

 

Fuente: El Carácter de Dios (autor: Obispo Edir Macedo)

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