Noticias | - 12:28 pm
Finalmente oí a Dios hablando conmigo
La autoconfianza: la cualidad más sexy
El marketing personal de Renato me alcanzó mucho antes de verlo por primera vez. Varias personas me hablaron de él y eso hizo que me interesara. Cuando finalmente lo vi, me enamoré, pero evité que él viera que lo miraba. Hacía de cuenta que él no existía, aunque, por dentro, no le prestaba atención a nada más. Yo no era la clase de chica que le dejaba en evidencia al muchacho que gustaba de él. Pasaron meses antes de que Renato me notara y fue muy difícil esperar y confiar, especialmente cuando escuchaba que existía una multitud de muchachas a sus pies, una más bonita que la otra… Y yo ni lo veía con frecuencia.
Le dije a Dios: “Si Renato es de Tu voluntad para mi vida, vas a guardarlo para mí. Tú harás que se fije en mí. Pero no voy a ayudarte en eso”. Un evento especial comenzó a realizarse semanalmente en la iglesia sede a la que yo frecuentaba, y todos los pastores de las iglesias afiliadas venían — incluso Renato. ¡Una señal! Empecé a darme cuenta de que él estaba notándome. Pero mantuve mi voto con Dios. Él pasaba a mi lado y decía “buen día”. Yo me daba vuelta, fingiendo que no había escuchado. Él me sonreía, yo lo saludaba rápidamente y desaparecía.
En ese momento, yo no era consciente de la importancia de lo que estaba haciendo. Creo que mi relación con Dios y conmigo misma fue lo que me dio esa autoconfianza. Y funcionó, porque poco tiempo después Renato me envió una carta de amor (después de intentar hablar conmigo varias veces y no conseguirlo) que le dio comienzo a nuestra relación. Acerté en la parte de ser difícil de conquistar antes de casarse. Pero cometí un error:
Fui difícil para convivir después.
Yo no era carente antes de nuestro casamiento. Él me llamaba, me mandaba cartas de amor, flores y lindos mensajes. Yo estaba en las nubes, pero recuerdo que hacía el mayor esfuerzo para no demostrarlo…
Sin embargo, después de un año de casada, comencé a ser demasiado demostrativa…
Él trabajaba seis días por semana, a una hora de distancia y yo me quedaba en casa limpiando, lavando, cocinando y pensando… pensando demasiado. Mis emociones e inseguridades comenzaron a aflorar:
El sábado, cuando Renato tenía un tiempo para descansar, yo quería salir y conocer Nueva York (¡nadie puede culparme por eso!), visitar lugares, comprar palomitas de maíz y mirar una buena comedia en el cine. Pero él me pedía que nos quedáramos en casa, y mis reclamos comenzaban. Cuanto más le pedía que me agradara, menos él lo hacía. Era obvio que se había cansado de mis reclamos por atención. Él no necesitaba hacer nada para estar conmigo, porque en todo momento yo estaba encima de él como buitre en la carroña. Los papeles se habían invertido. Ahora era yo quien lo perseguía. Y él no veía más razones para conquistarme, porque cualquier migaja bastaba.
¿Él estaba equivocado en no dedicarme tiempo? Sí. Pero mis actitudes estaban empeorando el problema. Yo tenía que hacer algo, no podía esperar a que él cambiara. Entonces cambié yo. (Mi querida lectora, usted es una privilegiada porque lo que estoy a punto de escribir, me llevó años aprenderlo… ¡Atención!)
Como ya mencioné antes, un día, cuando mis padres vinieron a visitarme, mi padre me llamó para que realizara una caminata con él. Él fue dulce y gentil, no quería lastimarme o hacer que me sintiera mal, pero se daba cuenta de mi lucha para ajustarme a mi marido. Él dijo:
“Hija mía, a ningún hombre le gusta una mujer que mendiga amor. ¡Tú no necesitas eso! ¿Por qué no vas a ayudar a las mujeres en la iglesia? Usa tu tiempo para serle útil a Dios.”
Aquello fue suficiente. Finalmente oí a Dios hablando conmigo.
Desde ese día en adelante, cambié. Dejé de pedirle a mi marido que conversara conmigo y, de repente, él comenzó a conversar. Dejé de pedirle que me incluyera en su vida y, de repente, yo era gran parte de ella.
Cuando comencé a involucrarme en lo que él hacía, entré en su mundo y para él se tornó fácil compartir su día conmigo. Desde que dejé de implorar su atención, él comenzó a sentir mi falta, a llamarme, a darme más valor.
Hoy él habla sobre eso y cómo cambió, pero yo sé que su cambio solo sucedió después del mío.
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