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Ya no soy esa persona vacía y perdida
Era un joven lleno de traumas que, a lo largo de los años, me llevaron al mundo del alcohol y las drogas. Mi vida se había convertido en un desastre total, porque no sabía cómo llenar el vacío que sentía por dentro. Intentaba escapar de la tristeza y el dolor, pero cada vez que caía más profundo, el vacío se hacía más grande. Fue en este caos que perdí el control de mi vida, y en cinco ocasiones sufrí sobredosis, un recordatorio constante de lo cerca que estaba de la muerte.
Así estaba mi vida cuando decidí dar un paso hacia algo diferente. Comencé a participar en las actividades de la Iglesia Universal, aunque al principio no entendía completamente lo que podía hacer por mí. Pero lo que descubrí fue que perseverar en la fe, aprender a depender de Dios y ejercitar mi fe me trajo algo que nunca había experimentado: paz interior.
El verdadero cambio ocurrió cuando recibí el Espíritu Santo. Fue en ese momento que, por primera vez, sentí una razón para vivir, una razón para ser fuerte y, lo más importante, una razón para luchar. Gracias a Dios, pude vencer los vicios que me habían esclavizado durante tanto tiempo. Ya no dependía del alcohol o las drogas para lidiar con el dolor, porque ahora encontraba consuelo y fortaleza en la presencia de Dios.
Hoy, mi vida ha cambiado radicalmente. Ya no soy esa persona vacía y perdida. Ahora tengo esperanza, propósito y la certeza de que con la ayuda de Dios, todo es posible. Mi testimonio es prueba de que, sin importar cuán oscura sea nuestra situación, la fe en Dios tiene el poder de restaurar nuestras vidas.
Testimonio Héctor León.
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