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La hipocresía en la Iglesia Primitiva (Parte 2)

Muchos evangélicos deben haber añadido en su Biblia el permiso para criticar, juzgar y condenar a los demás, porque es en eso en lo que están especializándose, tanto dentro de las iglesias como fuera.

La hipocresía en la Iglesia Primitiva (Parte 2)

(Parte 2)

Muchos evangélicos deben haber añadido en su Biblia el permiso para criticar, juzgar y condenar a los demás, porque es en eso en lo que están especializándose, tanto dentro de las iglesias como fuera. Asumieron el puesto de “moralistas” y “justicieros”, como si en el Cielo no existiera un Justo Juez.

Sin embargo, no deben olvidarse de que, así como los judíos fueron escogidos por Dios porque tenían el propósito de servir como luz a las naciones (Isaías 42:6), aquellos que tienen el privilegio de conocer las Escrituras deben ser luz para los perdidos en sus pecados.

La idea del Todopoderoso de levantar y afirmar a Su pueblo y a Su Iglesia en este mundo es justamente llevar luz donde hay tinieblas. Pero, como todo privilegio carga el peso de la responsabilidad, si fallamos, tendremos que rendir cuentas por eso.

Como discípulos del Señor Jesús, tenemos que bendecir a las personas con un buen testimonio, con la fe y con una palabra de ánimo, y no dificultar su conversión con una conducta llena de soberbia.

“…y te apoyas en la ley” (Romanos 2:17). Esta afirmación de Pablo indica que los judíos se juzgaban superiores por haber recibido la revelación de la Ley de modo exclusivo en el Sinaí. De esa forma, alimentaban dentro de sí el elevado concepto de que eran buenos, justos y correctos por el simple hecho de haber sido los primeros en recibir las Sagradas Escrituras y conocerlas profundamente.

No obstante, esa autoconfianza promovida por el orgullo no podía darles a los judíos ninguna estabilidad, porque el Señor sabía que los términos del Pacto con Él estaban siendo rotos.

Nosotros solo podemos descansar, o sea, confiar que las Promesas de Dios, escritas en Su Palabra, se cumplirán, si la practicamos. Solo así podemos reposar en la seguridad de que seremos protegidos y honrados por el Autor de la Palabra; a fin de cuentas, esta nos asegura que quien Le obedece disfruta de bendiciones, al mismo tiempo que quien Le desobedece cosecha para sí dolor, vergüenza y juicio, por sus actos pecaminosos (vea Deuteronomio 28).

“…te glorías en Dios” (Romanos 2:17). Eso revela que los maestros judíos se vanagloriaban del Pacto que tenían con Dios y se jactaban, al contar cómo Él había protegido a Israel de forma milagrosa. En otras palabras, relataban con soberbia los grandes hechos Divinos a favor de ellos (como la liberación de Egipto; la provisión diaria del maná, proveniente directamente del Cielo; la protección y la dirección Divina por medio de la columna de nube, de día, y la protección, con la columna de fuego, a la noche).

La manera como aquellos religiosos judíos hablaban era completamente vana y reprobable, porque, en el fondo, querían mostrar su condición como elegidos, y no la bondad y la fidelidad de Dios al proveerles cuidado a aquellos que son Suyos.

Eso nos enseña que, cuando contamos un testimonio, debemos mostrar no lo buenos que somos para merecer tal bendición, sino cuán benigno es el Todopoderoso por favorecernos, pues Sus dádivas están al alcance de todos.

Las Escrituras dan solo un único motivo para que el hombre se gloríe: conocer al Señor, saber que Él, y solamente Él, es la Fuente de toda sabiduría, fuerza, justicia, salud y prosperidad (Jeremías 9:23-24).

Reconocer eso y vivir dentro de esa Verdad es la mejor riqueza y honra que alguien puede poseer. Por otro lado, es una locura gloriarse por cualquier otra razón, y, más aún, glorificar a otras fuentes, inclusive a sí mismo.

“Y conoces Su voluntad; que apruebas las cosas que son esenciales, siendo instruido por la ley” (Romanos 2:18). Esos puntos solo hablan una vez más contra los judíos, pues, por el hecho de ser tan instruidos diariamente en la Ley, conocían bien la voluntad del Señor, Sus principios y valores.

La gran mayoría del pueblo de Israel estaba bien entrenada e incluso disciplinada con respecto a los Mandamientos. A pesar de eso, no aplicaba este saber de modo práctico a su vida. Por eso, el Propio Señor Jesús dijo: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora, porque decís: ‘Vemos’, vuestro pecado permanece” (Juan 9:41).

Si aún no ha leído la primera parte, ingrese en el siguiente link: La hipocresía en la Iglesia Primitiva Parte 1

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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