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Un trabajo que no produce nada

Las palabras de Isaías reflejan muy bien la situación de nuestros días, en los que, de modo general, ha sido hecho un gran esfuerzo para que el Reino de Dios crezca.

Un trabajo que no produce nada

“Concebimos, tuvimos dolores de parto, dimos a luz viento; ninguna liberación hicimos en la tierra, ni cayeron los moradores del mundo”. Isaías 26:18.

Las palabras de Isaías reflejan muy bien la situación de nuestros días, en los que, de modo general, ha sido hecho un gran esfuerzo para que el Reino de Dios crezca. Nuestro mayor objetivo es ganar almas, pero pocos son los frutos que hemos visto. Digo esto refiriéndome a la cantidad de salvos, y no de personas dentro de las iglesias.

En aquella época, el profeta esperaba que todo el arduo trabajo y la aflicción por los cuales Israel estaba pasando frente a sus enemigos se transformara en victoria y alegría para la nación. Pero no fue lo que sucedió, pues la desobediencia deliberada del pueblo hizo que Dios lo disciplinara de manera justa, permitiendo la destrucción de los reinos de Israel y de Judá. Primero, el Reino del Norte fue invadido por el Imperio Asirio; después, el Reino del Sur fue destruido por Babilonia.

Esos eran los dolores de parto que Israel enfrentaba. A pesar de eso, Isaías afirma que todos aquellos dolores angustiantes darían a luz viento. En otras palabras, tamaña aflicción no tendría ningún provecho, pues no traería “liberación en la tierra” ni caerían los “moradores del mundo”, es decir, los enemigos de la nación.

¿No ha sido ese el cuadro angustiante de la Iglesia actual? Gran parte de aquellos que sirven a Dios ha trabajado mucho en la expectativa por resultados, pero su empeño no les trae liberación o conversión genuina a las personas evangelizadas, ni hace que el diablo caiga y sea avergonzado, aun en las situaciones más simples.

¿Por qué sucede eso si tenemos promesas tan grandiosas de parte de Dios, si tenemos un potencial in- menso para hacer un estrago en el infierno y en los planes del diablo? El problema está en la falta de sinceridad y de entrega absoluta de la vida del siervo en el Altar de Dios.

Quiero decir con eso que allí, en lo íntimo, muchos que se dicen “siervos” quieren satisfacer a sus propias voluntades, y no a la de Dios. Con certeza, no confían en que la voluntad del Señor Jesús es mayor y mejor que cualquier plan que el ser humano pueda tener para sí. Y el motivo de eso es no conocerlo de verdad. Solo es capaz de rendirse de forma resoluta y total, sin miedo y sin inseguridad a los propósitos Divinos, quien de hecho nació de Dios.

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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