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“Si yo soy Padre, ¿dónde está Mi honor?”

Al decir “si Yo Soy Padre, ¿dónde está Mi honor?”, el Señor demostró que lo que Él más deseaba era ser honrado por Su pueblo.

“Si yo soy Padre, ¿dónde está Mi honor?”

Al decir “si Yo Soy Padre, ¿dónde está Mi honor?”, el Señor demostró que lo que Él más deseaba era ser honrado por Su pueblo. Eso, sin embargo, debería haber sido hecho por los israelitas de todo corazón y con todas sus fuerzas.

El Altísimo anhela tanto eso que uno de los Diez Mandamientos se refiere a la honra que los hijos deben darles a sus padres terrenales: “Honra a tu padre y a tu madre…(Éxodo 20:12).

Honrar significa dar gran valor, estimar, reverenciar, admirar, cuidar. Y, tratándose de Dios, es colocarlo como el Primero en nuestra vida; es amar a Su Palabra y obedecerla con placer y satisfacción. El Altísimo quiere ser honrado no solamente con palabras, sino también con nuestras acciones, reacciones, con nuestros pensamientos y elecciones, y, claro, ¡de buena voluntad de nuestra parte!

Entonces, si un buen hijo y un buen siervo están siempre deseosos de alegrar y atender las necesidades de su padre/señor terrenal, mucho más empeño tiene que tener un hijo de Dios para someterse a Sus consejos y estimarlo en todas las ocasiones. A fin de cuentas, el Altísimo cumple Su papel de Padre y Señor fielmente al mantener Sus ojos todo el tiempo sobre nosotros, para protegernos y sustentarnos.

Eso quiere decir que la reivindicación del Todopoderoso por honra es muy justa. A fin de cuentas, es Él Quien nos proporciona todo lo que necesitamos, comenzando por el aliento de vida. Además, Él nos concede varios privilegios espirituales, inmensamente superiores a todo lo que imaginamos – como el perdón de nuestros pecados, nuestra justificación (la oportunidad de tornarnos justos como Su Hijo Jesús), nuestra adopción en Su Familia celestial (vea Romanos 8:15), la instrucción para que alcancemos la vida eterna y tantos otros beneficios. Consecuentemente, si existe alguien que puede exigir algo del ser humano, es Dios. Pero la cuestión es: si Él nos ha tratado como hijos, ¿nosotros Lo hemos honrado como Padre?

El cuestionamiento del Todopoderoso (en Malaquías 1:6) resuena fuertemente en los oídos de aquellos que se dicen “hijos”, pero no tienen ningún temor y reverencia para con Él y para con Su Obra.

Esos tales “hijos” son descuidados y apáticos respecto a su condición espiritual. Les dicen de modo formidable “sí, señor” a los hombres, pero no tienen el mismo respeto para con el Altísimo. Llegan a actuar como si no tuvieran conocimiento de la omnisciencia de Dios (que Le permite conocer todos sus pensamientos y sus acciones) y se comportan como si Él no existiera. En fin, son “siervos” que pueden incluso tener sus manos aparentemente en el arado, por medio de sus servicios prestados en la iglesia, pero el corazón de ellos está distante de la voluntad de Dios.

Una vez más, quiero destacar que no estoy aquí para juzgar a nadie, ¡lejos de eso! Sé que estas palabras pueden estar siendo duras, pero creo que solamente la Verdad libera al ser humano del engaño, del enfriamiento y de la caída espiritual. Entonces, no desprecie este mensaje, porque tiene la finalidad de promover una reflexión profunda en aquellos que piensan que están de pie en la fe.

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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