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La sinfonía perfecta

Aquel que, de hecho, nació de Dios y conserva sus ojos en Su Altar mantiene su propósito de vida alineado con la voluntad de su Señor.

La sinfonía perfecta

Aquel que, de hecho, nació de Dios y conserva sus ojos en Su Altar mantiene su propósito de vida alineado con la voluntad de su Señor. Así, su corazón late al compás del Espíritu Santo.

Existe tamaña intimidad entre el nacido de Dios y el Espíritu Santo que eso le posibilita al siervo trabajar en armonía con el Señor Jesús, la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Junto al Espíritu Santo, el nacido de Dios produce una sinfonía perfecta que atribuye alabanza, honra y gloria a Dios.

Así, unidos al Espíritu Santo, podemos tener el mismo éxito de los discípulos y de la Iglesia Primitiva en lo que respecta a la conquista de almas para el Reino de los Cielos. Pero, separados de Él, ningún argumento, ninguna sabiduría humana y ninguna estrategia logran transformar a quien quiera que sea.

Prueba de eso son las innumerables terapias existentes, que tienen como objetivo cambiar el comportamiento humano. No son pocos los que se recuestan cada semana en los divanes de consultorios de psicólogos, en búsqueda de autoconocimiento y de fuerzas para cambiar su manera de actuar y reaccionar frente a las situaciones de la vida.

Uno u otro cambio puede ocurrir a partir de esas terapias, pero una nueva mente, nuevos propósitos y un nuevo corazón solo el Espíritu Santo puede proporcionárselos al ser humano, pues la convicción, el abandono del pecado y la transformación de adentro hacia fuera es obra exclusiva del Espíritu de Dios.

Solo el Espíritu Santo, por lo tanto, es capaz de convencer al hombre de abrazar una nueva manera de vivir y de darle un nuevo carácter y una nueva naturaleza. Además, Él es especialista en hacer de lo que es irrecuperable, despreciado y débil en este mundo una nueva criatura para Dios.

Entonces, puedo afirmar, con la más absoluta certeza que, si un gran avivamiento no ha sucedido en nuestros días es porque nosotros, siervos de Dios, estamos, de algún modo, estorbando el accionar del Espíritu Santo.

No tengo dudas de que estamos viviendo los últimos días que anteceden al regreso del Señor Jesús. Por lo tanto, tengo la certeza de que no hay mayor deseo en el corazón de Dios que levantar un gran movimiento que concientice a la humanidad sobre la vida y la muerte eterna, antes de que venga el caos.

El problema son aquellos siervos que, en vez de ser cooperadores de Dios e instrumentos de Su voluntad, dificultan Su trabajo. “Siervos” con ese perfil siempre existirán; y el Señor Jesús protestó contra ellos.

Préstele atención a lo que Jesús dijo en Mateo 23:13:

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis el Reino de los Cielos delante de los hombres, pues ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que están entrando.”

Ese lenguaje figurativo del Salvador muestra que los religiosos “trancaban” la puerta del Reino de los Cielos para que el pueblo no entrara. Por eso, eran culpables por las personas que se mantenían en la ceguera espiritual.

Eso significa que, además de que los maestros judíos no creyeran en Jesús como Mesías, incluso les impedían a otros que creyeran en Él, porque actuaban con mala fe y daban falsas enseñanzas.

Delante de eso, somos llevados a entender que podemos ser “llaves”, que les abren una gran puerta de Salvación a las personas en este mundo, o un estorbo, que hace que ellas continúen presas de la ignorancia espiritual.

Algunos “siervos” se tornan un obstáculo para Reino de Dios cuando pierden el primer amor, cuando ya no sienten compasión por los afligidos y cuando están más ocupados en sus proyectos personales, cargos o títulos, que en llevar la Palabra que salva a los perdidos.

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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