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La santidad del Altar y de la ofrenda

Por medio de Sus Palabras, en el Sermón del monte (Mateo 5-7), vemos que Su voluntad era que nadie deseara la muerte de otro y que ni siquiera sintiera enojo por alguien.

La santidad del Altar y de la ofrenda

“Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el Altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del Altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.”(Mateo 5:23-24).

Al instruir a la multitud que Lo oía, el Señor Jesús mostró que no bastaba que el hombre no asesinara a su prójimo. Por medio de Sus Palabras, en el Sermón del monte (Mateo 5-7), vemos que Su voluntad era que nadie deseara la muerte de otro y que ni siquiera sintiera enojo por alguien.

Del mismo modo, no bastaba que el hombre no adulterara, era necesario que ni siquiera hubiese deseado eso (Mateo 5:27-28).

Mientras los escribas y fariseos se satisfacían solo con el cumplimiento de los rituales religiosos y con una ofrenda sobre el Altar, Dios quería más, pues solamente las actitudes externas no son suficientes para agradarle.

Nuestro Salvador mostró que, para tener comunión con Él, es necesario que el ser humano se ocupe de la pureza y de la santificación de su interior.

Vale resaltar que toda vez que Jesús Se refería a los escribas y fariseos, Se dirigía a las principales autoridades religiosas de Israel. Entonces, podemos imaginarnos que, al dar esa enseñanza, muchos de Sus oyentes eran personas que cumplían de modo meticuloso las reglas del judaísmo.

A título de ejemplo, veamos cómo ocurría eso en la práctica:

Un hombre religioso, dispuesto a cumplir las prescripciones levíticas, prepara su ofrenda para llevar al Altar. En casa, maltrata a su esposa y es negligente con las necesidades afectivas de sus hijos. Por otro lado, en el trabajo, es injusto con sus empleados. A él, sin embargo, no le incomoda eso, pues, en su mente, solo quiere ser un fiel cumplidor de sus deberes religiosos.

Así, el hombre camina por el patio de la Casa de Dios y mira el Santuario, donde está el Lugar Santo y el Santo de los Santos, una referencia de la manifestación de la presencia del Altísimo.

Sus pasos siguen en dirección al Altar, con el fin de aproximarse al Señor y adorarlo con su ofrenda. Pero, durante ese trayecto, en el que debería estar completamente arrepentido de sus pecados y deseoso de ser aprobado por Dios, el hombre, de forma deliberada, continúa obstinado en sus errores e indiferente a la santidad del Todopoderoso y de Su Altar.

El hombre religioso le entrega su ofrenda al sacerdote, pero este tampoco está preocupado por si aquel hombre está bien espiritualmente; a fin de cuentas, ni siquiera él mismo tiene ese temor con respecto a su propia vida. De esa forma, ambos se tornan culpables al ofrecer sobre el Altar sacrificios impuros que serán reprobados por el Altísimo.

Frente a eso, día tras día, la práctica de los sacrificios se había tornado una gran “performance” para la mayoría de las personas, porque estas conocían los Mandamientos Divinos de forma teórica, pero les faltaba el temor para aplicarlos de modo eficaz y concreto a su propia vida.

La enseñanza del Señor Jesús, sin embargo, suscita nuevamente el propósito del Altar y de la ofrenda para toda la humanidad: volver a aproximarla a Dios y establecer su relación con Él.

Además, la ofrenda posibilita al ser humano a darle al Señor Todopoderoso la honra que Él tanto merece.

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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