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La respuesta grosera de Caín muestra que las tinieblas ya habían tomado su corazón.
“Y Caín dijo a su hermano Abel: vayamos al campo. Y aconteció que cuando estaban en el campo. Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” (Génesis 4:8-9)
Suena familiar la pregunta del Señor a Caín sobre el paradero de Abel – ¿Dónde está Abel, tu hermano?
Desde los orígenes, existe en el seno familiar el concepto de que el hermano mayor se siente protector de los menores. Entonces, esta debía haber sido la postura de Caín con respecto a Abel, pero él hizo lo opuesto. El cuestionamiento Divino, por lo tanto, tenía por objetivo recordarle su papel de hijo primogénito y, así, promover su arrepentimiento y la confesión de su pecado.
La respuesta grosera de Caín muestra que las tinieblas ya habían tomado su corazón. Si hubiese sido un hombre espiritual, Caín jamás habría atentado contra la vida de Abel. ¡Al contrario! Él habría amado a su hermano y Le habría respondido con temor al Señor respecto de Abel.
Pero aquel que debía cuidar, defender y celar al hermano menor fríamente premeditó la muerte de este, e hizo eso porque envidiaba la comunión de Abel con Dios.
Un acto como ese no sería justificado por nada, menos aun cuando Caín nunca había recibido de parte del hermano ofensas o provocaciones. Abel fue asesinado solo porque era justo.
Es importante notar que el primer homicidio en el mundo se dio entre hermanos y fue impulsado por una cuestión de envidia de la fe.
Ese episodio narrado en la Biblia me hace entender que nuestras mayores luchas, injusticias y persecuciones no siempre vienen de las personas de afuera de la Iglesia, de incrédulos, sino de aquellos que están arraigados en la familia de la fe. ¿No fue lo que le sucedió a José́? Sus “hermalos”, poseídos por la envidia, fueron sus verdugos. Eso muestra cuánto el injusto desea derramar la sangre del justo y el profano desea hacer tropezar al santo.
Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)
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