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La relación con Dios

La relación con Dios

No podemos relacionarnos con Dios sin prestarle el respeto y la honra que son debidos a Su Santísimo Nombre. De ese modo, aquel que reconoce Su justicia, grandeza y majestad teme y tiembla delante de Su gloriosa presencia.

Si tenemos referencias de varios hombres santos del pasado que Lo reverenciaban porque temían a Su Palabra, tenemos también en las Escrituras ejemplos de personas que despreciaron Su Nombre y Su Altar.

En el libro de Malaquías, se muestra que Dios Se indignó contra los sacerdotes que ofrecían animales defectuosos en el Altar, pues no Lo consideraban ni como Padre ni como Señor. Ellos tenían animales sanos para sacrificar, pero llevaban al Templo los que ya no servían.

¿Usted aceptaría eso si estuviese en el lugar de Dios? ¡Claro que no! Ninguno de nosotros lo aceptaría.

“El hijo honra a su padre, y el siervo a su señor. Pues si Yo Soy Padre, ¿dónde está Mi honor? Y si Yo Soy Señor, ¿dónde está Mi temor? –dice el SEÑOR de los Ejércitos a vosotros sacerdotes que menospreciáis Mi Nombre–. Pero vosotros decís: ¿En qué hemos menospreciado Tu Nombre?” (Malaquías 1:6)

En ese versículo, el Altísimo menciona dos tipos de relación humana: entre hijo y padre, y entre siervo y señor. En general, en la primera, hay, por parte del hijo, obediencia a su padre y consideración por las enseñanzas, por reconocer la autoridad de este. Eso es natural, pues viene del propio instinto humano. Y, en la segunda relación, el siervo tiene respeto por su señor y se pone bajo sus órdenes. Así, tanto el hijo como el siervo desarrollan gratitud y buscan medios para honrar a su padre/ su señor.

En contrapartida, cuando los sacerdotes se rehusaban a darle a Dios aquello que era Su derecho, dejaban bien evidente lo corrompidos que estaban en la fe y lo indiferentes que eran para con el oficio sagrado.

El Altísimo había hecho, por medio de Abraham, de Isaac y de Jacob, una nación distinta. Le había ofrecido una tierra especial y había dado Sus santas leyes para conducir a Su pueblo. Pero la nación y sus líderes espirituales respondieron a esas dádivas con ingratitud y desprecio.
Despreciar al Nombre de Dios es lo mismo que rechazar Su autoridad y no darle importancia a Su Persona y a Su carácter.

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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