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La perniciosa vanidad

La perniciosa vanidad

Al observar la palabra vanidad en la Biblia, no percibo una connotación positiva con respecto a esta. No obstante, la mayoría de las personas se permite abrigar dentro de sí algún tipo de vanidad, porque esto aparenta ser algo que no hace tanto mal.

Por parecer inofensivo, ese sentimiento maldito se ha entrañado en el medio evangélico y ha hecho que muchos líderes pierdan la visión del Reino de Dios, al competir entre sí.

Volviendo a lo que dije al principio de este capítulo, ni bien el diablo noto que los elogios, la fama o la preocupación por la apariencia seduce al hombre de Dios, enseguida invierte en eso.

Al ver que una persona no sirve a Dios en los bastidores de la misma forma como Lo sirve en la iglesia, cuando hay reflectores sobre sí, satanás noto que ella solo busca posición y honra.

De igual modo, son alcanzados por el diablo aquellos que solo están felices y se esfuerzan en el servicio prestado a Dios cuando sus nombres están a la vista o, entonces, cuando están realizando un trabajo aparentemente relevante dentro de Su Obra.

En consecuencia, de eso, el mal comenzará a trabajar, y actuará mucho más aún, cuando el pastor desarrolle su ministerio y todo esté yendo muy bien para él. En ese momento, el hombre de Dios será́ bombardeado por pensamientos vanidosos, como “soy bueno en lo que hago” o “mis cualidades son superiores a las de los demás pastores”, entre otros. A partir de entonces, es solo cuestión de tiempo para que este pastor se envanezca totalmente.

Al alcanzar una posición destacada y oír los más variados elogios y adulaciones por parte de amigos, familiares, miembros de la iglesia o compañeros de ministerio, tal pastor comenzará, poco a poco, a preocuparse por lo que los demás piensan sobre su persona, su trabajo y su reputación. Y, al mismo tiempo en que su corazón se alegrará por saber que los demás lo aprueban y hablan bien de él, se pondrá́ triste y resentido si es criticado o despreciado por alguien.

Además, si en algún momento ese pastor se siente amenazado o desprestigiado, hará́ de todo para permanecer en el cargo o en la posición, aunque tenga que sacrificar principios espirituales, éticos y morales o pasar por encima de alguien. Todo eso porque su corazón vanidoso no logra vivir sin los aplausos que masajean a su ego.

Podemos entender mejor lo que pasa en el corazón de ese pastor, al observar lo que significa la palabra vanidad.

  • Cualidad o característica de lo que es vano.
  • Apreciación exagerada de los propios méritos; jactancia, presunción.
  • Ostentación de las propias cualidades físicas o intelectuales (y espirituales), para tener la admiración de otras personas.
  • Cualquier cosa que denote futilidad

Vea que ese sentimiento puede ser sutil y estar escondido en el recóndito del alma de una persona durante muchos años, pero no queda oculto a los ojos de Dios.

Frente a eso, ¿qué es lo que un pastor puede esperar al servir en la Obra del Altísimo, movido por algo tan nefasto como la vanidad? La recompensa que su corazón pretencioso recibirá́ es el fracaso y el juicio Divino en la eternidad.

Estas palabras pueden ser confirmadas por el mensaje de Pablo a los filipenses.

“Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús.”

– Filipenses 2:3-5

Aquí, el apóstol les revela que el principio que debe regir el servicio del siervo no es la búsqueda del engrandecimiento de sí mismo, sino la del engrandecimiento del Reino de Dios y de la edificación de su semejante. En otras palabras, el siervo no puede tener dentro de sí deseos mezquinos, como la búsqueda de la promoción de su propio nombre o la preocupación por recibir honra y ventajas; al contrario, nada debe hacer “por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde”. Además, “cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo” (Filipenses 2:3).

Mensaje sustraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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