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La diferencia entre creer y estar seguro

LA DIFERENCIA ENTRE CREER Y ESTAR SEGURO

LA DIFERENCIA ENTRE CREER Y ESTAR SEGURO

Muchas verdades con respecto a la fe aún están escondidas para el pueblo de Dios. Creo que ésa es la razón por la que mucha gente se ha decepcionado con la propia fe. Fíjese. ¿Cuántas veces hemos sido ilusionados por una fe que realmente no existe?

La mayoría de las veces, simplemente creemos en lo que nuestros ojos están viendo, o sea, la Palabra de Dios. Creemos en ella de todo corazón. Podemos ver, a través de la imaginación, los hechos magníficos de Dios. Sin embargo, existe una gran diferencia entre creer en los milagros realizados que registran la Sagrada Biblia y estar seguros de que se repetirán hoy.

Dios es el mismo y los problemas también, sin embargo, las personas del pasado eran diferentes en la manera de creer. ¡Tal vez la falta de grandes conocimientos los hizo más inocentes y mucho más puros para aceptar la Palabra, no sólo como una verdad, sino principalmente como un hecho consumado!

Ya hemos hablado sobre eso anteriormente. Veamos un ejemplo:

“Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: ¡Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo! Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco y sé quién es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois? El hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominandolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos” (Hechos 19:13-16).

Estos siete hombres de hecho creían en la autoridad de Pablo, en el poder del nombre del Señor Jesús, pero no estaban seguros de que el nombre del Señor fuese suficiente para despedir aquel espíritu inmundo. Por eso le dijeron al demonio: “Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo”. En otras palabras: “Sale en el nombre del Señor en que Pablo cree”.

Muchas veces hacemos lo mismo cuando usamos el nombre del Señor Jesús. Ordenamos que el mal salga de la persona en el nombre del Señor, pero creyendo sólo en lo que dice la Palabra de Dios, y no asumiendo la autoridad que nos fue dada por ella. ¡Ahí está el secreto! Creemos de todo corazón que los demonios y las enfermedades no pueden resistir al poder en el nombre del Señor; sin embargo, muchas veces, en lo más profundo del alma hay una sombra de duda si aquello verdaderamente funciona o no, y lo intentamos… Si da resultado, ¡amén! Si no, ¡paciencia!

Muchos cristianos han memorizado algunos versículos de la Palabra de Dios, otros los han colgado en las paredes de su casa o en el trabajo o los llevan en sus bolsos. Están absolutamente convencidos de aquellas verdades, pero nada de lo que han creído ha sucedido en sus vidas. Es el caso de aquella criatura, tan sincera, que muchas veces confiesa: “El Señor es mi pastor, nada me faltará” (Salmo 23:1).

Pero le falta empleo, salud, ropa, en fin ¡le falta todo! ¿Por qué? ¿La Palabra de Dios estará equivocada? ¿Se ha olvidado Dios de cumplir su promesa? ¡No!

¡El gran problema es que cree en todo lo que está escrito, pero no tiene la más absoluta certeza de que hoy se cumpla en su vida! ¡Cuando cree y tiene seguridad de que las promesas de Dios son para ella, como lo fueron para los antepasados, entonces su actitud es de reivindicarlas de todo corazón hasta que se cumpla lo prometido! No queda esperando que algún día su vida cambie.

Nosotros nos hemos apoyado mucho en aquello que nuestra mente testifica con nuestro espíritu como una verdad, ¡y no como un hecho! Hoy no hemos visto muchos milagros, tampoco hemos logrado respuestas a nuestras oraciones, porque aún no hemos tomado posesión de la Palabra de Dios con plena certeza de fe. Simplemente creemos en ella, como creemos en cualquier otro libro de historias.

Creer en Dios es muy común y no implica una posición tomada, es sólo creer y nada más; de la misma manera también se podría no creer y ¡sería igual! Creer en Dios no es la garantía de la vida eterna, o de las bendiciones que conciernen a sus hijos, ¡no! Todas sus bendiciones vienen sólo a través de la fe, de la certeza de que Él cumplirá todo lo que nos ha prometido en su Palabra. La fe es la certeza de cosas que se esperan, no es la certeza de algo que es verdad.

Cuando alguien cree en algo es porque ha sido bien informado al respecto. El científico cree en una nueva fórmula, pero mientras no realiza una prueba su nueva fórmula no tendrá utilidad.

Creer no es nada sino sólo una teoría, mientras que estar seguro está más allá del hecho de creer en alguna cosa. Creer es bueno, ya que es el primer escalón para llegar al tope de la plena certeza. Mientras que creer es mera teoría, la certeza es el resultado real de aquello que se cree; es un hecho consumado, una acción práctica.

En el acto de creer no hay ninguna acción, mientras que en la certeza siempre hay una actitud, una acción en dirección de aquello en que se tiene convicción. Por esta razón hay resultados concretos capaces de mostrar la realidad de la fe.

El apóstol Santiago, dirigido por el Espíritu Santo, afirma:

“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarlo? (…) Así también la fe, si no tiene obras, está completamente muerta (…) ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura (…) que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe. (…) también la fe sin obras está muerta”.

(Santiago 2:14-26).

Un leproso se postró delante del Señor Jesús y, con el rostro en tierra, le rogó: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Lucas 5:12). Aquel hombre tenía la certeza de que el Señor Jesús tenía poder para sanarlo; pero no sabía si era su voluntad hacerlo. Este es el problema de la mayoría de los enfermos, están seguros de que Dios puede sanarlos; pero dudan que realmente sea de su voluntad. La enfermedad y cualquier otra maldición de este mundo no vienen de Dios, porque de una fuente de donde sale agua dulce no puede salir agua amarga.

Cuando el enfermo adquiere el completo entendimiento de esto, entonces la sanidad se procesa naturalmente. El Señor Jesús, antes de sanar a aquel hombre portador de lepra, sacó de su corazón aquella inseguridad con la palabra de fe, diciendo: “Quiero, sé limpio…” (Mateo 8:3).

Sólo después de esa palabra de certeza fue que la lepra desapareció completamente. Sin embargo, fue necesario que el leproso caminase hacia la certeza que tenía en su corazón acercándose al Señor Jesús para adorarlo, probando así su fe en Él.

Otro hecho que también hace la diferencia entre creer y tener la certeza de la Palabra de Dios es que cuando la persona tan solamente cree, no tiene raíces en sí misma para soportar las adversidades que vienen de la sociedad en que vive, por causa de la Palabra. Mientras que, cuando la persona tiene la plena certeza de que la Palabra se cumplirá en su vida, no hay tempestad que la haga caer, al contrario, cuanto mayor sea la persecución, más firme estará en su fe, y por supuesto, más bendiciones recibirá. Las pruebas siempre vienen; pero solo los que están basados en la certeza serán los aprobados.

Es necesario tener cuidado para no confundir la plena certeza y convicción de fe con un simple sentimiento de creer.

Mensaje sustraído de: El Poder Sobrenatural de la Fe (autor: Obispo Edir Macedo)

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