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El siervo bueno y fiel

Si, por un lado, hay un siervo malo; por otro, está el siervo bueno y fiel...

El siervo bueno y fiel

Si, por un lado, hay un siervo malo (que deshonra a Dios, a Su Nombre y a Su Obra); por otro, está el siervo bueno y fiel (que mantiene el pensamiento enfocado en la voluntad de su Señor). Y más: esté él en la iglesia, en su casa, en la calle o en cualquier lugar, su conducta revela que su carácter es semejante al de Dios.

No creo que el Señor tenga siervos esporádicos. O una persona es Su sierva 24 horas por día, o no Lo sirve en ningún momento, aunque intente aparentar lo contrario. ¡O es Templo del Espíritu Santo, o no lo es!

A causa de eso, quien sirve al Altísimo es consciente de sus responsabilidades y no renuncia a ellas por nada. Los pensamientos de un siervo de Dios están permanentemente enfocados en Dios, porque Él es su Señor, su Dueño y su Padre.

Lo más glorioso en el servicio al Señor son las inspiraciones dadas a nosotros por el Espíritu Santo. Consecuentemente, el siervo bueno y fiel no tiene duda en cuanto a la voluntad del Señor; al contrario, sabe lo que tiene que ser hecho y lo hace. El Señor espera que Su voluntad sea ejecutada y nunca pide lo imposible. Todo lo que Él pide puede ser dado o realizado por nosotros.

Delante de eso, el siervo bueno y fiel sabe muy bien cómo agradar al Señor. Es eso lo que vemos en la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30). Inmediatamente después de entregar los talentos, el señor viajó y esperó que ellos cumpliesen sus deberes, ya que habían sido orientados para eso. Pero solo dos siervos trabajaron para producir el doble para su señor; el otro enterró el talento, alegando que su señor era un “hombre duro” (v. 24). Por eso, ese siervo “malo y perezoso” recibió una dura reprensión y se quedó sin nada, mientras los demás fueron elogiados y recibieron su recompensa.

De modo semejante sucede con nosotros, pues el Espíritu de Dios está en nuestro interior y nos dice exactamente cómo debemos actuar en el sentido de usar lo que recibimos de Él – dones, talentos, tiempo, oportunidades (para hablarles a todos de Su Nombre y de Su Salvación y trabajar en Su Obra) –, a fin de agradar a nuestro Señor. Pero, lamentablemente, hay muchos que quieren ser grandes y poquísimos que quieren, de hecho, servir.

Entonces, aquí́ está la revelación del Señor Jesús para que el ser humano realmente sea honrado por Dios:

“Si alguno Me sirve, que Me siga; y donde Yo estoy, allí también estará Mi servidor; si alguno Me sirve, el Padre lo honrará.” (Juan 12:26).

Perciba que el Salvador hizo una doble promesa al decir que Su servidor estará donde Él esté y allí será honrado por el Padre.

Hoy, estamos junto a los afligidos y perdidos para llevarles Su Palabra. Pero, en el futuro, estaremos donde nuestro Señor está ahora: en el Cielo (Juan 14:3; 17:24). Allí, disfrutaremos de recompensas celestiales y tendremos comunión permanente con Él.

Sin embargo, esa promesa solo se cumplirá en la vida de los que sirvan y sigan fielmente al Señor Jesús.

Y aunque esa orden de Jesús nos parezca extraña, ya que lo ideal sería, primero, seguirlo y, después, servirlo, entiendo que es posible “servir” en la Obra de Dios sin seguir las Enseñanzas del Maestro.

Pero quien actúa así no recibirá nada de parte de Dios, porque solo disfrutarán de la gloria celestial al lado del Altísimo aquellos que tienen como principales características la justicia, la misericordia y la fe; los que no son siervos en la apariencia, en el nombre o de tiempo en tiempo, sino de manera continua.

El verdadero siervo es resignado en hacer la voluntad de su Señor permanentemente, aunque eso implique tener que negarse a sí mismo (Mateo 16:24), “odiar” su propia vida (Lucas 14:26), o, incluso, perderla para ganarla (Mateo 10:39).

Todo eso exigirá constante humildad, amor, confianza y paciencia. Entonces, ¡que el Espíritu de Dios Se sirva más de Sus siervos y despierte la misma fe en los demás!

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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