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El pecado está a la puerta de todos

Así como Caín no resistió al pecado que golpeaba a su puerta, aquel que ofrece ofrendas imperfectas en el Altar del Señor no logra decirle no a la propia carne.

El pecado está a la puerta de todos

“Si haces bien, ¿no serás aceptado? Y si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo.” (Génesis 4:7).

Así como Caín no resistió al pecado que golpeaba a su puerta, aquel que ofrece ofrendas imperfectas en el Altar del Señor no logra decirle no a la propia carne. Tal cosa sucede porque la persona ignora los principios establecidos por Dios, a fin de hacer todo a su manera.

Sin embargo, aunque el deseo de pecar surja de forma audaz e insistente, el Todopoderoso afirma, categóricamente, que el ser humano tiene poder para dominarlo, en caso de que quiera. Le corresponde a cada uno rechazar al pecado con todas sus fuerzas.

Caín prefirió “abrirle la puerta de par en par” al mal y, por eso, sufrió consecuencias mientras vivió, sin hablar de su condenación eterna, que ya está decretada, por haberse dejado vencer por el diablo.

Frente a eso, por la enseñanza de las Escrituras, comprendemos que personas que actúan como Caín nunca conocieron a Dios y jamás nacieron de Él; al contrario, ¡sus obras malas denuncian que son hijas del diablo!

“En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros; no como Caín que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.” (1 Juan 3:10-12).

Al asesinar a Abel, Caín quiso hacerlo desaparecer. Es probable que, para ocultar su crimen, él haya enterrado el cuerpo del hermano. Pero eso no lo eximiría de las consecuencias, pues, desde lo Alto, Dios veía todo. La voz de la sangre inocente de Abel Le clamaría al Todopoderoso.

Por eso, aquel que había cometido tal maldad no quedaría de ningún modo impune. Aunque Caín intentara olvidar su crimen, la imagen de su acto cruel estaría en su conciencia y lo perseguiría, con muchos otros dolores, mientras viviese.

“Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a Mí desde la tierra.” (Génesis 4:10).

Note que la justicia de quien vive la fe genuina clama en el Cielo. Aunque el justo esté en silencio, su vida habla por él delante de Dios. Entonces, por más duro que sea sufrir injusticias en este mundo, eso es mejor que beneficiarse por medio de injusticias.

Sabemos que, por tener consideración por el Señor y por Su Altar, gemiremos, pero tenemos la garantía de tenerlo a nuestro lado, y no contra nosotros.

Quien teme a la Palabra jamás desea tener en sus manos sangre inocente y, mucho menos, al Señor de los Ejércitos como su adversario.

Entonces, si hoy usted está siendo calumniado, incomprendido y está siendo víctima de una injusticia, ¡no tenga miedo! Su vida derramada en el Altar es su ofrenda perfecta. Ella atrae hacia usted al mayor Abogado y Juez que puede existir: el Señor Jesús. ¡Él le defenderá́ y hará aparecer el sol de la justicia sobre su causa!

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

 

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