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El Altar puede ser el lugar más peligroso del mundo

Sabemos que el Altar puede ser una fuente de bendiciones para los sinceros y fieles, pero también puede ser un lugar de reprobación para quien no tiene temor y fe genuina.

El Altar puede ser el lugar más peligroso del mundo

Delante de un mundo caótico y perdido en sus pecados, no estamos tranquilos al mirar hacia el interior de las iglesias, imaginando que en ellas hay una multitud de personas salvas y conscientes de sus necesidades y responsabilidades espirituales.

¡Ojalá fuese así! Pero la realidad es muy diferente. Hay muchos que, aunque sean conocedores de la Palabra, la desobedecen voluntariamente, y otros que, incluso estando en el Altar de Dios, predicando el Evangelio, actúan con irreverencia, rebeldía y desconsideración para con el Señor.

No obstante, es importante reiterar que no hay nada más peligroso que ser negligente con el Altar de Dios y mantener su vida de forma fingida, como si Lo considerase.

Sabemos que el Altar puede ser una fuente de bendiciones para los sinceros y fieles, pero también puede ser un lugar de reprobación para quien no tiene temor y fe genuina.

Al mismo tiempo que estar sirviendo a Dios en Su Altar es un privilegio, también es un compromiso que exige mucha seriedad y discernimiento. No obstante, para los fingidos, este lugar santo se torna el lugar más peligroso para estar.

Toda y cualquier forma de hipocresía y fingimiento es detestable, pero ninguna tiene efecto más destructor que la hipocresía religiosa, exactamente porque los “hipócritas de la fe” se agarran de la Santa Palabra de Dios y de Su Nombre para mostrarles a los demás lo que no son. Con ese engaño, alcanzan sus objetivos y esconden la realidad podrida en su corazón.

La palabra hipócrita, en griego, estaba comúnmente relacionada al arte de actuar, tal como los actores hacían en el teatro.

Un hipócrita usaba bien los diálogos y las expresiones faciales y corporales en las escenas, al punto de despertar en el público todo tipo de emoción (alegría, tristeza, amor, ira, etc.). Entonces, con su habilidad escénica, el actor representaba cualquier papel, de manera que, en el escenario, podía ser alguien muy diferente a lo que era en la realidad.

Por eso, el Señor Jesús usó esa palabra para definir a los escribas y a los fariseos de Su época. Ellos habían transformado el acto de guardar los Mandamientos Sagrados en “obras de teatro” (pues solo fingían guardarlos), y el Templo, las sinagogas y las plazas, en “escenarios”, para sus “presentaciones”

Como el ego de un artista es inflado con los aplausos, la satisfacción de los maestros judíos era alimentada por la honra humana, por la adulación y por el servilismo de toda la sociedad judaica de la época, que yacía a sus pies.

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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