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Develando los secretos del alma humana

Develando los secretos del alma humana

Develando los secretos del alma humana

“¡Insensatos y ciegos!, porque ¿qué es más importante: el oro, o el templo que santificó el oro? (…) ¡Ciegos!, porque ¿qué es más importante: la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda?”

– Mateo 23:17,19

Al discurrir sobre la elección entre el oro y el Santuario (o la ofrenda y el Altar) que, aparentemente, parece simple y obvia, el Señor Jesús hablaba de la elección entre la vida eterna y la muerte eterna.

Las personas espirituales optan por el Altar y por el Santuario, pero las carnales eligen el oro y la ofrenda. Las espirituales ven al Altar y al Santuario como símbolos sagrados e invierten su vida en ellos; por su parte, las carnales, por tener solo ojos físicos, prefieren al oro y a la ofrenda.

¡Esas cuestiones descorren el velo que ha encubierto todos los secretos del alma humana! Y, por más que cristianos o incrédulos intenten, no logran esconderlos de Dios, pues Su Espíritu escruta los intentos y los objetivos del corazón (vea Salmos 44:21; Romanos 8:27).

Por lo tanto, no sirve fingir, esconder o maquillar la mala intención delante del Todopoderoso, porque Él ve todo lo que pasa en nuestro interior. El Señor sabe, entonces, que, cuando optamos por el oro (la ofrenda), despreciamos al Santuario, al Altar.

Delante de eso, al preguntar cuál es el mayor: la ofrenda o el Altar que santifica la ofrenda, el Señor Jesús mostró que cualquier decisión sobre cualquier tema en este mundo, directa o indirectamente, tiene que ver con el valor que le damos a la ofrenda o al Altar.

Esas cuestiones también se refieren a los principios de la vida y de la muerte eterna. Por eso, sabio es aquel que entiende que, al sacrificar el oro en el Altar, está protegiéndose de la corrupción que es generada cuando se ama más a la ofrenda que al Altar. Tal persona comprende que la entrega al Altar le da derecho a la provisión concedida por el Señor de ese Altar, conforme está escrito:

“¿No sabéis que los que desempeñan los servicios sagrados comen la comida del templo, y los que regularmente sirven al Altar, del Altar reciben su parte?”

– 1 Corintios 9:13

Eso muestra que aquel que sirve en el Altar, con sus ofrendas, se beneficia de él, pues el Señor del Altar devuelve en abundancia tanto lo que es depositado sobre este, como lo que es hecho con fe y justicia para Él.

Para ministrar esa enseñanza, el Espíritu Santo, por intermedio del apóstol Pablo, usa el ejemplo del servicio sagrado en el Templo, en Jerusalén.

En el Antiguo Testamento, hay una descripción extensa y detallada de una promesa del Altísimo a Aarón y a sus hijos. Por el hecho de servir al Dios Eterno continuamente en el Tabernáculo, ellos serían sustentados por el Señor para siempre (Números 18:8-32).

Pablo, entonces, toma esa promesa hecha a Aarón y a su descendencia para mostrar que hoy los siervos de Dios tienen, de igual modo, el derecho de usufructuar esa misma bendición. A fin de cuentas, ellos también son considerados sacerdotes del Señor, estando incluidos en la promesa porque “regularmente sirven al Altar…” (1 Corintios 9:13).

En ese Texto, el apóstol Pablo se refería a aquellos que tienen consideración por el Altísimo y Lo sirven con fervor, fidelidad y firmeza, día tras día. Ellos no ven al Altar como a algo físico solamente, hecho de piedra, madera o bronce (como lo veían los escribas y fariseos), sino como a algo de extremado valor espiritual.

El verdadero siervo comprende que ir hasta el Altar es ir hasta el Señor, como se propuso el salmista: “Entonces llegaré al Altar de Dios, a Dios, mi supremo gozo…” (Salmos 43:4).

 

Mensaje sustraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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