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Mientras la ansiedad y la depresión se disparan entre los adolescentes, los investigadores se esfuerzan por comprender la repercusión que tienen las redes sociales en la salud mental de los jóvenes.
Una serie de artículos de The New York Times ha explorado cómo los principales riesgos para los adolescentes han cambiado bruscamente en las últimas décadas, desde el consumo de alcohol, las drogas y los embarazos adolescentes hasta la ansiedad, la depresión, las autolesiones y el suicidio. El declive de la salud mental de los adolescentes ya estaba en marcha antes de la pandemia; ahora, es una crisis en toda regla, que afecta a los jóvenes más allá de las diferencias económicas, raciales y de género.
La tendencia ha coincidido con el hecho de que los adolescentes pasan cada vez más tiempo en internet y se suele culpar a las redes sociales de la crisis. En un estudio difundido de manera amplia en 2021, del que informó por primera vez The Wall Street Journal, Meta (antes Facebook) descubrió que el 40 por ciento de las chicas en Instagram, de la que Meta es propietaria, afirmaban sentirse poco atractivas debido a las comparaciones sociales que experimentaban utilizando la plataforma.
La realidad es más compleja. Lo que demuestra la ciencia cada vez más es que las interacciones virtuales pueden tener un poderoso impacto, positivo o negativo, según el estado emocional subyacente de una persona.
Hay pistas poderosas, según los expertos. En general, sostienen que el uso intensivo de la tecnología está interactuando con un factor biológico clave: el inicio de la pubertad, que está ocurriendo más temprano que nunca. La pubertad hace que los adolescentes sean muy sensibles a la información social: si gusta a la gente, si tienen amigos, dónde encajan. Los adultos se enfrentan a la misma agresión, pero los adolescentes se enfrentan a ella antes de que otras partes del cerebro se hayan desarrollado completamente para manejarla.
De 2007 a 2016, las visitas a las salas de emergencia para personas de 5 a 17 años aumentaron un 117 por ciento para los trastornos de ansiedad, un 44 por ciento para los del estado de ánimo y un 40 por ciento para los de atención, mientras que las visitas pediátricas en general se mantuvieron estables. El mismo estudio, publicado en Pediatrics en 2020, reveló que las visitas por autolesiones deliberadas aumentaron un 329 por ciento. Sin embargo, las visitas por problemas relacionados con el alcohol disminuyeron un 39 por ciento, lo que refleja el cambio en el tipo de riesgos para la salud pública de los adolescentes.
En el mismo periodo, se disparó el uso de dispositivos electrónicos personales. En 2005, el 45 por ciento de los adolescentes tenían celulares; para 2010, ya era el 75 por ciento, y para 2018, se trataba del 95 por ciento, casi la mitad de los cuales informaron estar “online” casi de manera constante. El tiempo en línea aumentó aún más durante la pandemia.
En la pubertad, el cerebro está inundado de hormonas y otros neuroquímicos que, entre otras cosas, hacen que un adolescente joven sea más sensible a los cambios en las señales sociales, según la investigación de imágenes cerebrales realizada por Andrew Meltzoff, codirector del Instituto de Aprendizaje y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Washington. Sin embargo, las regiones del cerebro responsables de la autorregulación no se desarrollan más rápido ni antes. La madurez psicosocial, la capacidad de una persona para ejercer el autocontrol en situaciones emocionales, no ocurre por completo hasta los 20 años, según un artículo de 2019 publicado por la Asociación Estadounidense de Psicología que se basó en una investigación en la que participaron 5000 adolescentes de once países.
Los investigadores han estudiado el problema en torno a ciertas preguntas: ¿las redes sociales son culpables del aumento de la angustia emocional de los adolescentes? ¿Es un problema asociado con el consumo de un tipo de información?
Los resultados de numerosos estudios son contradictorios, algunos encuentran que el uso intensivo de las redes sociales está asociado con síntomas depresivos y otros encuentran poca o ninguna conexión.
Un estudio realizado en 2019 en los Países Bajos llegó a una conclusión igualmente equívoca. Durante tres semanas, los investigadores pidieron a 353 adolescentes que informaran seis veces al día con qué frecuencia habían navegado por Instagram y Snapchat en la última hora y que anotaran cómo se habían sentido en ese tiempo y en el momento de reportarlo. El 20 por ciento de los adolescentes que utilizaron sus teléfonos para acceder a las redes sociales dijeron que se sentían peor, pero el 17 por ciento informó de que su estado de ánimo había mejorado.
La conclusión más confiable, según los investigadores, es que algunos adolescentes son más vulnerables que otros.
Los principales esfuerzos de investigación, como el estudio sobre el Desarrollo Cognitivo del Cerebro de los Adolescentes, financiado por el gobierno federal, están todavía en sus primeras fases. El estudio monitorea a 12.000 jóvenes en Estados Unidos e incluye cuestionarios, estudios de comportamiento y neuroimagen expansiva para entender el desarrollo y la función del cerebro. La investigación comenzó en 2015 con un énfasis en el abuso de sustancias, pero ha crecido para tratar de entender el impacto del tiempo de pantalla.
Los expertos en salud de la actualidad tienen más dificultades para ofrecer a los adolescentes pautas rápidas y confiables con el fin de manejar el tiempo frente a las pantallas y las redes sociales, explicó Hoagwood, exdirector asociado del NIMH. “No podemos simplemente decir que no debió pasar tanto tiempo en las redes sociales y que si no lo hubiera hecho se encontraría bien”, explica.
Fuente Consultada: The New York Times
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