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Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora.
Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora. Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de Dios, y se les dieron siete trompetas.
Otro ángel vino y se paró ante el altar con un incensario de oro, y se le dio mucho incienso para que lo añadiera a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, lo llenó con el fuego del altar y lo arrojó a la tierra, y hubo truenos, ruidos, relámpagos y un terremoto. Entonces los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocarlas. (Apocalipsis 8:1-6).
En la apertura del séptimo sello, todo el Cielo entra en suspenso. No se oye voz, cántico o alabanza alguna. Solo el silencio de gran expectativa del último y más severo de todos lo sellos hasta aquí. Es la calma que antecede a la tempestad. Este silencio es una mezcla de temible anticipación por lo que está por venir y una extensión de tiempo que el Propio Dios da, una vez más, como una oportunidad de arrepentimiento para los que están en la Tierra.
El Señor, en Su infinita paciencia, busca tardar Sus juicios con el fin de darles a los hombres más tiempo para que piensen y así, se vuelvan a Él.
“El Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento”. (2 Pedro 3:9).
Este sello trae consigo también las siete trompetas de juicio, cuando podemos decir que “la cosa se va poner fea” aquí en la Tierra, según el dicho popular. Abordamos eso más tarde. El silencio en el Cielo fue interrumpido por la acción de otro ángel (además de los siete que estaban delante del Trono de Dios con las siete trompetas). Ese ángel cumple, en el Cielo, las funciones de un sumo sacerdote en el santuario terrenal. El acto de quemar incienso en el Tabernáculo de Moisés y, más tarde, en el Templo de Salomón, simboliza elevar las oraciones hasta el Trono de Dios. El incienso solo podía ser quemado con las brasas del Altar del Sacrificio.
Había una conexión inextricable entre la calidad de los sacrificios ofrecidos en el Altar y a la aceptación de las oraciones que ofrendaba. Si el sacrificio fuera perfecto, cuando las brasas del Altar fueran usadas para encender el incienso, el humo de esta subiría como señal que las oraciones fueron aceptadas por Dios. Juan tiene la visión de ese mismo acto en el Cielo, lo que indica que este otro ángel era el Propio Señor Jesús, nuestro sumo Sacerdote delante de Dios. Es como si Él estuviera diciendo: “¡Oh Padre, atiende las oraciones de todos aquellos a quienes Yo compré con Mi sangre!”.
Nuestras oraciones, sumadas a una vida de sacrificio vivo, son aroma suave que sube a la presencia de Dios. Estas manifiestan nuestra dependencia de Él. Ninguna oración que tenga como motivo el Reino y la voluntad de Dios quedará perdida o caerá en el olvido. Por otro lado, aquí está el porqué de que muchas oraciones no sean respondidas. Aquellas que no buscan la venida del Reino de Dios ni Su santa voluntad, que expresan solo objetivos mezquinos, personales y egoístas, no son atendidas.
Cuando el Señor Jesús nos enseñó a orar, pidiéndole a Dios que viniera Su Reino, y que fuese hecha Su Voluntad en la Tierra como en el Cielo, quería que nosotros permaneciéramos en este objetivo, en esta búsqueda, en esta realización, que es la suprema voluntad de Dios en este mundo. Cuando hacemos algo en función del desarrollo de Su Reino, estamos colaborando con Él en el crecimiento de ese Reino aquí en la Tierra.
Continuará…
Libro: La Tierra va a Prenderse Fuego
Autor: Obispo Renato Cardoso
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