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El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo. —Apocalipsis 9:1-2.
En el texto original, el sentido es de una estrella caída del Cielo en la Tierra — lo que significa que Juan no vio una estrella cayendo, sino una que ya había caído en la Tierra. Esta estrella no es otra sino el propio Lucifer, citado por el profeta Isaías como “lucero de la mañana”. El Señor Jesús testificó la caída de Satanás del Cielo a la Tierra. Como nuestro Señor retiene todas las llaves del mundo espiritual, fue Él quien le dio a Satanás, a partir de esta quinta trompeta, autoridad para abrir el pozo del abismo. ¿Qué lugar es ese?
El abismo, en la Biblia, no es el infierno, sino una región inferior donde muchos demonios están aprisionados. Cuando vio este pozo del abismo abierto, Juan describió el humo que subía como el de un gran horno. Es un lugar tan temible que la legión de demonios que estaba en el gadareno Le rogó a Jesús que no la enviase para allá. Es difícil de entender: los demonios temen los tormentos del abismo, pero muchos seres humanos no se preocupan por el hecho de que sus almas están camino al infierno… Hacen bromas sobre el infierno y no se imaginan cuán ignorantes son respecto a los tormentos que allá existen.
Satanás será aprisionado en ese abismo durante mil años (como veremos más tarde en el capítulo 20). Es desde allí también que la bestia subirá para unirse a los otros agentes del mal durante la Gran Tribulación (Apocalipsis 11:7).
Y del humo salieron langostas sobre la tierra, y se les dio poder como tienen poder los escorpiones de la tierra. Se les dijo que no dañaran la hierba de la tierra, ni ninguna cosa verde, ni ningún árbol, sino solo a los hombres que no tienen el sello de Dios en la frente. No se les permitió matar a nadie, sino atormentarlos por cinco meses; y su tormento era como el tormento de un escorpión cuando pica al hombre. En aquellos días los hombres buscarán la muerte y no la hallarán; y ansiarán morir, y la muerte huirá de ellos.
Y el aspecto de las langostas era semejante al de caballos dispuestos para la batalla, y sobre sus cabezas tenían como coronas que parecían de oro, y sus caras eran como rostros humanos. Tenían cabellos como cabellos de mujer, y sus dientes eran como de leones. También tenían corazas como corazas de hierro; y el ruido de sus alas era como el estruendo de carros, de muchos caballos que se lanzan a la batalla.
Tienen colas parecidas a escorpiones, y aguijones; y en sus colas está su poder para hacer daño a los hombres por cinco meses. Tienen sobre ellos por rey al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego se llama Apolión. — Apocalipsis 9:3-11.
Los significados de estos nombres son “destrucción” y “destruidor”, muy apropiados para la tarea a ejecutar. Estas “langostas” claramente no son literales. Todo indica que son demonios sueltos del abismo: son comparados a escorpiones, vinieron del abismo, atormentan a las personas, no tocan a los sellados y tienen un “rey” (las langostas no tienen rey).
Las reacciones a las picaduras de escorpión incluyen dolor intenso y generalizado, hinchazón, falta de aire, temblores, hipertensión, hipotermia, lagrimeo, sudoración, vómitos, alteraciones cardíacas y hormigueo en la piel. Como el veneno afecta la parte del sistema nervioso que regula el funcionamiento automático los órganos, los síntomas son intensos, agudos y esparcidos por todo el cuerpo. La quinta trompeta va a liberar ese tormento en larga escala, durante cinco meses ininterrumpida. No es en vano que las personas desearán la muerte…
En la novela Apocalipsis, la acción de esos demonios fue simbolizada por un proyecto bélico denominado “Proyecto Apolión”. Se trataba de la utilización de una neurotoxina — como el veneno del escorpión — inyectada con el uso de drones militares. Sin lograr moverse, las personas pasaron cinco meses siendo alimentadas a través de sondas por los equipos del Anticristo, con el objetivo de quebrar su espíritu, para que se inclinaran ante él. Claro, se trata de una representación ficticia de lo que podría suceder. Pero es interesante señalar cuánto la tecnología actual abre posibilidades que no eran ni siquiera imaginadas pocos siglos atrás. Drones militares capaces de volar a grandes altitudes y que se comportan como enjambre de abejas — o de langostas — ya están siendo testados. Y el uso de armas químicas y biológicas — inclusive agentes neurotóxicos — han crecido aterradoramente desde la Segunda Guerra Mundial.
La investigación por armas químicas no letales se ha intensificado en los últimos años, en búsqueda de guerras menos sangrientas y más eficaces. En su artículo “Visión General de las Armas Químicas y Bioquímicas”, el investigador checo Vladimir Pitschmann demuestra preocupación por el modo en el que los descubrimientos en las áreas de la Biología y la Química pueden ser utilizados en la fabricación de nuevas toxinas. Según él, hay una búsqueda creciente por el desarrollo de tecnología militar para una guerra “humana y no sangrienta”, las llamadas armas “no letales”, que “son armas explícitamente proyectadas y desarrolladas para tornar a las personas incapaces de luchar con menor probabilidad de lesiones fatales (o permanentes)”, pero que pueden ser terribles en sus efectos y consecuencias.
Como estos compuestos han sido estudiados separadamente por profesionales de la Biología, de la Química y de la industria farmacéutica, no pueden ser tratados como armas y, por lo tanto, no hay cómo tener control para impedir su desarrollo. Cuando una guerra eclosione y algún gobierno crea necesario utilizar armas que actúen directamente en el sistema nervioso para incapacitar a las personas, solo necesitará aprovechar las informaciones ya disponibles y sintetizarlas en un laboratorio.
No sabemos exactamente cómo las langostas actuarán, en la práctica, para atormentar a la población de la Tierra y causarle daños durante cinco meses, pero hoy el peligro de una guerra bioquímica de proporciones inimaginables es real. Una cosa es segura: por primera vez en la historia de la humanidad, la tecnología para desarrollar una toxina no letal, con efecto semejante al del veneno del escorpión y con duración de cinco meses, está a disposición de la humanidad.
Continuará…
Libro: La Tierra va a Prenderse Fuego
Autor: Obispo Renato Cardoso
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