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Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos.
Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. (Apocalipsis 5:1-5).
Este libro, en realidad un rollo, está escrito por dentro y por fuera y sellado porque los juicios en él escritos ya están completos y concluidos. Nada será sacado ni añadido. El destino de la humanidad está determinado y no hay cómo impedir o cambiarlo. Eso es reforzado por hecho de que el libro está en la mano derecha de Dios (tradicionalmente, la mano de la fuerza) y no hay nadie que pueda abrirlo, leer o mirarlo. Nadie, excepto Uno: el Señor Jesús.
Como heredero Único de un testamento, sólo Él tiene el derecho de abrir aquel libro y acceder a su contenido. El Señor Jesús adquirió ese derecho no sólo por Su linaje abrahámico y mesiánico de la tribu de Judá, sino también porque venció. ¿Qué venció Él? Se refiere a Su victoria en la Tierra, como hombre. Jesús venció a Su propia humanidad, al pecado, a Sus perseguidores, a la incredulidad de las personas, a los religiosos, a las tentaciones (de la carne y las traídas por el diablo), al hambre y a la sed, al brillo del mundo, a la vanidad, a la incomprensión, al abandono, a la traición, al dolor físico y emocional, a la angustia de no poder hacer nada, a la propia voluntad, a la cruz… y, finalmente, a la muerte. ¡Él venció a todo y a todos!
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Juan 16:33).
Nosotros también podemos y tenemos que vencer a todos los enemigos de nuestra alma. La salvación no es una herencia conquistada sólo por la sangre de Jesús, sino también por nuestra superación de los enemigos del alma. No basta con que yo crea en Jesús en la teoría y espere que sólo por eso seré salvo. En necesario que, por la fe en Él, yo venza al mundo y permanezca firme hasta el fin:
Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21).
Claro que sólo es posible vencer al mundo con la ayuda de Aquél que ya venció. El Señor Jesús nos asiste en nuestras debilidades.
Normalmente, el vencedor no quiere compartir el premio con nadie. El Señor Jesús, sin embargo, no sólo quiere que todos venzan, sino también que compartan la recompensa de esa victoria: sentarse con Él en el Trono del Padre. Crea ¡valdrá la pena vencer todo en este mundo por nuestra salvación!
Note que queda claro en esta visión del libro sellado que solamente el Señor Jesús tiene acceso a los acontecimientos futuros. Nadie más podía abrir, leer ni mirarlo. Eso significa que todos los que se proclaman videntes, adivinos o, incluso, profetas sin un auténtico nombramiento divino son, en la mejor de las hipótesis, mentirosos – y, en la peor, usados por espíritus engañadores. Huya de esas personas, creencias y prácticas.
Continuará…
Libro: La Tierra va a Prenderse Fuego
Autor: Obispo Renato Cardoso
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