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Cuando todo es inútil

Así como no había ningún provecho en que alguien fuera judío si no era obediente a los Mandamientos, es totalmente inútil que una persona sea evangélica, o que concurra con frecuencia durante años a una denominación, y que no viva en sumisión a aquello que Dios determina.

Cuando todo es inútil

Así como no había ningún provecho en que alguien fuera judío si no era obediente a los Mandamientos, es totalmente inútil que una persona sea evangélica, o que concurra con frecuencia durante años a una denominación, y que no viva en sumisión a aquello que Dios determina.

Debemos entender que, si cualquier privilegio terrenal genera responsabilidad, ¡mucho más aún generan los privilegios espirituales! Consecuentemente, si una persona conoce bien la Palabra, pero no la obedece, su conocimiento es en vano.

El Señor Jesús dijo cierta vez que aquel que dice conocer a Dios tiene la responsabilidad de influenciar a las personas a su alrededor para el bien. Para enfatizar esta enseñanza, Él usó elementos de la vida cotidiana, como la sal y la luz. De ese modo, cualquier persona – pobre o rica, anciana o joven – conseguiría entender los ejemplos del Salvador, porque tales ítems eran fundamentales en su día a día, en casa o en el trabajo.

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.”

– Mateo 5:13

En cuanto a la sal, veamos sus dos principales funciones:

  • Dar sabor a los alimentos. La comida puede tener los mejores ingredientes y haber sido hecha por manos muy habilidosas, pero, si le falta sal, cualquier manjar se hace difícil de ser apreciado. Entonces, es la sal la que realza el sabor de los alimentos y los torna agradables al paladar.
  • Conservar los alimentos. En tiempos en los que no había sistema de refrigeración, era la sal la que evitaba que los alimentos se deterioraran rápidamente. Por lo tanto, si la sal tenía el poder de preservar lo que era más importante para la vida del ser humano, que era la comida, podemos concluir que ese ingrediente era esencial para toda la humanidad. En aquella época, no había agricultura y ganadería en gran escala, y los alimentos conseguidos, con mucho costo, debían ser preservados hasta la próxima estación. Por eso, la sal era tan importante. Sin esta, las carnes se pudrían rápidamente.

Al decir que la sal, cuando se vuelve insípida, “para nada sirve”, el Salvador quiso enfatizar que es exacta- mente eso lo que sucede con alguien que profesa la fe en Dios con su boca, pero cuyo testimonio no Lo revela en su vida.

Para entender mejor, vea lo que sucedía en los tiempos bíblicos con la sal “insípida”, sin sabor: “Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres”.

En el Templo, había un depósito de sal, pues, además de ser una importante fuente de riqueza en la época, ese ítem era fundamental en algunos tipos de sacrificios, que necesitaban ser salados, como lo determinaba la Ley Mosaica. Entonces, si, al probar la sal, los sacerdotes veían que no tenía más sabor, se la entregaban a los encargados de los servicios generales para que la tiraran en los alrededores del Templo, en días húmedos o con nieve. Incluso hasta hoy la sal es usada para derretir la nieve. Así, las personas no se resbalan.

Conclusión: de un elemento tan valioso y disputado, la sal se transformaría en algo irrelevante, sirviendo solo para ser lanzada al suelo y pisada.

De igual modo, muchos también han perdido el propósito para el cual fueron llamados, y, por eso, su vida ya no tiene ni aroma ni sabor. Su testimonio no refleja un carácter recto y, mucho menos, temor a Dios.

Existen obispos, pastores y obreros que se tornaron estériles en la fe y en la Obra, porque no tienen celo para con el Evangelio, no tienen amor por su semejante y no poseen sentido de justicia.

Fueron designados para llevar salud espiritual a su familia, a su comunidad y a su ciudad, pero están adormecidos en la fe y pasaron a actuar de acuerdo con los estándares seculares, en lugar de basarse en la Palabra. Así, hacen lo mismo que los incrédulos y, de ese modo, no pueden ayudar a preservar los valores Divinos en este mundo, pues se corrompieron. Si no se arrepienten a tiempo, serán echados fuera y terminarán bajo los pies del diablo, en la eternidad.

No podemos olvidarnos de que el Altísimo nos escogió para que seamos “sal de la tierra”, es decir, agentes de purificación y conservación de lo que es recto y justo para la humanidad.

Como hemos visto, el mundo está pudriéndose muy rápido, como una carne que se descompone, pues son pocos los que tienen condiciones de “salarlo” con su ejemplo de vida. Entonces, antes de pecar y de darles un pésimo testimonio a los incrédulos, piense en su Salvación. Antes de pecar y darles municiones a los blasfemadores del Evangelio, que buscan ocasiones para desmoralizar nuestra fe, ¡piense en su llamado!

Ahora vamos a ver lo que el Señor Jesús quiso decir al revelar que somos la luz de este mundo:

“Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

– Mateo 5:14-16

La función de la luz no es otra sino iluminar.

Vemos que el sol hace eso desde que fue creado. Los rayos solares no emiten ningún sonido, pero, silenciosamente, cumplen el papel para el cual fueron designados.

Del mismo modo, nosotros, que somos de Dios, fuimos elegidos para ser luz y, así, iluminar a los que están en tinieblas.

Debemos ser como una lámpara brillante para mostrar- le al mundo, que está sumergido en la oscuridad, cuál es la conducta correcta delante de tantas propuestas incorrectas.

Podemos comprender, entonces, que la luz se manifiesta en la fe racional, en la sabiduría, en el entendimiento, en la pureza de las actitudes y en las demás virtudes que el ser humano posee.

Al relacionar el Texto Bíblico en Juan 8:12 (que muestra al Señor Jesús llamándose a Sí Mismo Luz del mundo), con este pasaje (Mateo 5:14-16), podemos entender que Él determina que Sus discípulos emanen la Luz que pro- cede de Él.

En otras palabras, todo lo que un siervo de Dios hace debe reflejar el carácter bueno, justo y perfecto del Señor, para que Él sea glorificado por medio de ese testimonio de vida. Por lo tanto, Jesús hoy brilla en este mundo por intermedio de nosotros.

La luz es tan fundamental que no sirve que el hombre tenga una buena visión; este necesita la iluminación para lograr ver todo lo que está delante de sí. Aunque los ojos de una persona sean perfectos, sin luz, correrá el riesgo de tropezar, de caer, de herirse, y, dependiendo de la caída, incluso de morir.

El mundo vive su noche más oscura. Digo esto al ver tamaña decadencia moral, ética y espiritual en nuestros días. Pero la Iglesia del Señor Jesús, compuesta por los fieles y sinceros en la fe, es como una ciudad iluminada sobre un alto monte.

Por lo tanto, así como ningún hombre logra esconder el sol o impedirle brillar, nadie logrará detener la luz del Espíritu Santo que brilla en la Iglesia, por medio de aquellos que, de hecho, nacieron de Dios. Adonde esas personas van esparcen Su claridad. Donde llegan es como si el Todopoderoso llegara y dijera “¡haya luz!”, y todas las tinieblas de aquel ambiente son inmediatamente disipadas.

Cuando un siervo se mantiene fiel, la luz brilla por intermedio de él, pero, cuando cae y da mal testimonio, inmediatamente pasa a irradiar tinieblas. Así, cuanto más elevada su posición en la Obra, cuanto más tiempo pasa sirviendo a Dios y cuantas más personas influencia con sus enseñanzas, más ultraje puede provocarle al Señor, a causa de las almas que se escandalizan con su caída. Y, lamentablemente, no son pocos los que pierden su comunión con Dios y se alejan de la fe a causa del mal testimonio de un ex obispo, ex pastor o ex obrero.

Quiero finalizar este capítulo recordando la siguiente advertencia de nuestro Señor:

“¡Ay del mundo por sus piedras de tropiezo! Porque es inevitable que vengan piedras de tropiezo; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!”

– Mateo 18:7

Los tropiezos siempre existieron y siempre existirán, y son estos el mayor motivo de sufrimiento y pérdida de almas para el Reino de Dios. Por eso, quiero alertar que, así como los que causan tropiezos con sus pecados cosecharán las consecuencias de sus actos, los que gastan su tiempo buscando transgresiones ajenas para exponerlas también serán castigados, porque en este triste cuadro de escandalizadores del Evangelio y divulgadores de tropiezos, los únicos que ganan con eso son el diablo y el infierno.

Entonces, que tengamos temor y seamos aquello para lo que el Altísimo nos escogió: sal para salar y luz para iluminar. ¡Y jamás seamos piedras de tropiezo para dificultar la Salvación de las personas!

Mensaje substraído de: El Oro y el Altar (autor: Obispo Edir Macedo)

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