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Las bendiciones que provienen de las ofrendas son muchas, mas no tantas como la de los diezmos, ya que éstas son ilimitadas. Las bendiciones de las ofrendas tienen ciertos límites. Por ejemplo: cuando Abel trajo ofrendas al Señor, tomó lo mejor de su rebaño, que fueron las primicias, es decir, los primeros “frutos” del rebaño para Dios. Caín, del fruto de su cosecha también trajo una ofrenda al Señor. La ofrenda de Abel fue aceptada por el Señor, porque fue escogida, mientras que la de Caín no agradó al Señor, porque no fue escogida, es decir, no fueron sus primicias.
También la pobre viuda que dio dos insignificantes monedas mereció el honor del Señor, porque de su pobreza dio todo lo que tenía.
La verdad sobre este asunto de las ofrendas es que cuando alguien trae una ofrenda para el Señor, Él no mira la cantidad, si es mucha o poca, si no que observa que la persona le está dando lo mejor. Dios no ve la importancia de lo que la persona trae en su mano, sino de lo que se ha dejado en el bolsillo.
Hay una evaluación por parte de Dios entre la ofrenda que da la persona y lo que hubiera podido dar. Jesús dijo que la viuda pobre dio más que todos aquellos ofrendantes ricos que depositaron grandes sumas. ¿Por qué? Porque todo lo que ella tenía lo dio, mientras que los ricos daban de lo que les sobraba, aunque fueran grandes sumas. Igualmente hacían con los cerdos, estaban acostumbrados a darles lo que sobraba de las mesas. Indirectamente, aquellos hombres trataron a Dios como a un mendigo, pues dieron apenas lo que estaba sobrando.
Las ofrendas traen bendiciones cuando son dadas con el máximo amor y dedicación. De la misma forma que nosotros damos ofrendas, las recibimos también. Si plantamos poco, poco vamos a recoger…
Las ofrendas son tan importantes para nuestra vida, que el apóstol Pablo dedica dos capítulos de su Epístola a los Corintios (2 Corintios 8 y 9).
En los diezmos Dios ve nuestra fidelidad hacia Él en el cumplimiento obligatorio de nuestra parte, en las ofrendas Dios ve nuestro amor y dedicación hacia Su Obra. En ambos casos Dios nos da la oportunidad de probar cuánto lo amamos realmente, pues como dijo el Señor Jesús:
“… porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lucas 12:34).
Así, como la sangre es para el cuerpo humano, el dinero es para la Obra de Dios. Si la Iglesia tiene sus necesidades económicas, es porque Dios lo ha permitido, a fin de que sus líderes enseñen al pueblo a dar los diezmos y ofrendas, para que también reciban.
Dijo Jesús: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:38). Para que el pueblo reciba buena medida, apretada, remecida, es preciso que dé; y de la manera con que dé, también recibirá.
El apóstol Pablo, dando instrucciones a Timoteo, dijo: “porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores.” (1 Timoteo 6:10).
No es el dinero la raíz de todos los males, sino que el amor a él hace que las personas sean esclavas del mismo. Dios requiere el dinero, exactamente, a través de los diezmos y las ofrendas para probar la naturaleza del amor de sus hijos.
Mensaje substraído de: En Los Pasos de Jesús (autor: Obispo Edir Macedo)
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