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Por qué terminé un compromiso

Un consejo me hizo pensar profundamente sobre nuestro futuro

Por qué terminé un compromiso

POR QUÉ TERMINÉ UN COMPROMISO

Como mencioné anteriormente, antes de conocer a Cristiane yo estaba comprometido. Era una relación que ya duraba cuatro años y estábamos preparándonos para casarnos. Nuestra relación comenzó cuando yo tenía tan solo 14 años y ella 22. Nos habíamos conocido en la iglesia.

Inicialmente, ella no quería nada conmigo y no era difícil de entender el porqué. Yo era tan solo un niño. Pero cuando la miré a los ojos, su belleza y su forma de ser me encantaron. La quería a mi lado. ¿Pero quién era yo? ¿Cómo iba a aceptarme como novio?

Yo siempre había sido mujeriego hasta entonces. Y parece que me atraían las jóvenes más difíciles. Hoy entiendo la magia de esa dificultad, por qué los hombres quieren a las más difíciles y no a las fáciles. En esa época, yo tan solo seguía aquel instinto, sin entender las razones. Me gustaba el desafío. Eso me llevó a varias pasiones en la infancia y adolescencia – y a varias situaciones patéticas, de pasar meses persiguiendo a una determinada chica en la escuela y recibiendo solo un “no”. Yo sufría, pero después me fijaba en otra. Era mi modelo de comportamiento.

Con mi exprometida no fue diferente. Superé mi timidez y las miradas condenadoras de otras personas. Insistí, persistí, afilé al máximo mi lado romántico y caballero y finalmente logré que ella aceptase estar de novia conmigo. Ella fue sincera y me dijo: “Yo no voy a decir que te amo, pues no siento eso, pero te voy a dar una oportunidad”. Era todo lo que necesitaba.

A lo largo de aquellos cuatro años, quise probarle a ella, a los otros y a mí mismo que estaba a la altura de aquella relación. Les probaría que no era tan solo “un niño”. Y me esforcé al máximo para eso. Tanto que ella pasó a gustar de mí y hasta dijo que me amaba. Sin embargo, no se podía tapar el sol con un dedo.

Por más que yo lo quisiese, a veces era imposible ocultar mi inmadurez e inseguridad. Tenía celos de ella, sin que ella nunca me hubiera dado razón para eso. Ella tenía que llamarme la atención para que tomara actitudes obvias, que yo simplemente no veía. Era claramente más madura que yo, ya tenía una cierta experiencia de vida. Trabajaba, sustentaba su casa, tenía su dinero. Era vergonzoso para mí, pero no veía en eso un problema; y creo que ella tampoco. Yo tenía 18 años y ella 26. Nos comprometimos, íbamos a casarnos en algunos meses, ya estábamos comprando los muebles. Hasta que…

Un consejo me hizo pensar profundamente sobre nuestro futuro.

“Esa diferencia de edad probablemente será un constante punto frágil en tu matrimonio. ¿Cómo se someterá ella a tu liderazgo delante de tu inmadurez? ¿Cómo le transmitirás seguridad? No pienses tan solo en el ahora, sino en cuando ustedes sean más adultos. ¿Cómo vas a lidiar con el envejecimiento más rápido de ella? Cuando estés más maduro y oigas de otros hombres de tu edad con mujeres más jóvenes, ¿qué vas a pensar sobre eso? ¿Y cómo ella va a lidiar con todo eso?”

Tengo que admitir que no había pensado en esos detalles con la debida consideración. Nuestra actitud siempre fue pensar que nuestro amor superaría todo. Hoy, siempre que cuento esa historia, recibo críticas de los idealistas del amor romántico: “Si ustedes realmente se amaban, la diferencia de edad no hubiera sido un problema”, alegan. Suena muy bonito y también creímos en eso durante cuatro años. Hoy, sin embargo, mi experiencia con las parejas muestra que, en la gran mayoría de los casos, eso es una utopía. En la práctica, las relaciones así, con gran diferencia de edad, especialmente de la mujer sobre el hombre, suelen estar repletas de problemas.

El amor, solamente, no asegura el matrimonio.

 

Si lo asegurara, la taza de divorcio no sería tan alta, pues todo el mundo, supuestamente, se casa por amor. ¿Y adónde fue a parar el amor de esas parejas que se divorciaron? La verdad es que en el día a día de la pareja es necesario más que el sentimiento de amor. Hay cosas prácticas que terminan influyendo en la convivencia, como aquellas señales que ya estaban presentes en nuestro noviazgo: inseguridad, celos, inmadurez… Vea que mi amor por ella no impidió esos problemas, incluso antes del matrimonio.

Alguien podría señalar ejemplos de parejas que son excepciones, que escapan a la regla y aparentemente son felices a pesar de la diferencia de edad. Pero yo no quería basar mi matrimonio en excepciones. Entendí que esa sería una de las decisiones que impactaría el resto de nuestras vidas. Por eso, decidí no arriesgar. No quería una heladera en mis espaldas ni en las espaldas de ella.

Contra mi voluntad y mis sentimientos, terminé el compromiso. Y no tengo ninguna duda de que tomé la decisión correcta para los dos. El amor inteligente prioriza la razón y no los sentimientos. Y la razón dice:

Busque a alguien para casarse que aumente las posibilidades de que funcione, no las de que no funcione.

Piense en la siguiente analogía. Imagínese que usted tiene una enfermedad grave y la cura exige una cirugía. Hay un médico en su ciudad que hace esa cirugía, pero de cada diez pacientes que opera, nueve mueren en la mesa de operaciones. ¿Usted aceptaría operarse con ese médico o buscaría a otro con un mejor historial de éxitos?

No es diferente en la vida sentimental. Si usted sabe que determinadas cosas aumentan las posibilidades de fracaso en un matrimonio, ¿por qué elegiría tener una relación así?

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