Noticias | - 11:24 am
¿Me amará?
Él trabajaba seis días por semana, a una hora de distancia y yo me quedaba en casa limpiando, lavando, cocinando y pensando… pensando demasiado. Mis emociones e inseguridades comenzaron a aflorar:
El sábado, cuando Renato tenía un tiempo para descansar, yo quería salir y conocer Nueva York (¡nadie puede culparme por eso!), visitar lugares, comprar palomitas de maíz y mirar una buena comedia en el cine. Pero él me pedía que nos quedáramos en casa, y mis reclamos comenzaban. Cuanto más le pedía que me agradara, menos él lo hacía. Era obvio que se había cansado de mis reclamos por atención. Él no necesitaba hacer nada para estar conmigo, porque en todo momento yo estaba encima de él como buitre en la carroña. Los papeles se habían invertido. Ahora era yo quien lo perseguía. Y él no veía más razones para conquistarme, porque cualquier migaja bastaba.
¿Él estaba equivocado en no dedicarme tiempo? Sí. Pero mis actitudes estaban empeorando el problema. Yo tenía que hacer algo, no podía esperar a que él cambiara. Entonces cambié yo. (Mi querida lectora, usted es una privilegiada porque lo que estoy a punto de escribir, me llevó años aprenderlo… ¡Atención!)
Como ya mencioné antes, un día, cuando mis padres vinieron a visitarme, mi padre me llamó para que realizara una caminata con él. Él fue dulce y gentil, no quería lastimarme o hacer que me sintiera mal, pero se daba cuenta de mi lucha para ajustarme a mi marido. Él dijo:
“Hija mía, a ningún hombre le gusta una mujer que mendiga amor. ¡Tú no necesitas eso! ¿Por qué no vas a ayudar a las mujeres en la iglesia? Usa tu tiempo para serle útil a Dios.”
Aquello fue suficiente. Finalmente oí a Dios hablando conmigo.
.
.
.