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Lea la Biblia en un año : 8º día

Lea la Biblia en un año : 8º día

Génesis 9

Dios confirma su pacto

Después Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra. Todos los animales de la tierra, todas las aves del cielo, todos los animales pequeños que corren por el suelo y todos los peces del mar tendrán temor y terror de ustedes. Yo los he puesto bajo su autoridad. Se los he dado a ustedes como alimento, como les he dado también los granos y las verduras; pero nunca deben comer de ninguna carne con su vida, es decir, que aún tenga sangre.

»Yo exigiré la sangre de cualquiera que le quite la vida a otra persona. Si un animal salvaje mata a una persona, ese animal debe morir; y cualquiera que asesine a otro ser humano debe morir. Si alguien quita una vida humana, la vida de esa persona también será quitada por manos humanas. Pues Dios hizo a los seres humanos[a] a su propia imagen. Ahora sean fructíferos y multiplíquense, y vuelvan a poblar la tierra».

Entonces Dios les dijo a Noé y a sus hijos: «Ahora mismo, yo confirmo mi pacto con ustedes y con sus descendientes, 10 y con todos los animales que estuvieron en la barca con ustedes —las aves, los animales domésticos y todos los animales salvajes—, con toda criatura viviente sobre la tierra. 11 Sí, yo confirmo mi pacto con ustedes. Nunca más las aguas de un diluvio matarán a todas las criaturas vivientes; nunca más un diluvio destruirá la tierra».

12 Entonces Dios dijo: «Les doy una señal de mi pacto con ustedes y con todas las criaturas vivientes, para todas las generaciones futuras. 13 He puesto mi arco iris en las nubes. Esa es la señal de mi pacto con ustedes y con toda la tierra. 14 Cuando envíe nubes sobre la tierra, el arco iris aparecerá en las nubes 15 y yo me acordaré de mi pacto con ustedes y con todas las criaturas vivientes. Nunca más las aguas de un diluvio volverán a destruir a todos los seres vivos. 16 Cuando yo vea el arco iris en las nubes, me acordaré del pacto eterno entre Dios y toda criatura viviente sobre la tierra». 17 Entonces Dios le dijo a Noé: «Este arco iris es la señal del pacto que yo confirmo con todas las criaturas de la tierra».

Los hijos de Noé

18 Los hijos de Noé que salieron de la barca con su padre fueron Sem, Cam y Jafet (Cam es el padre de Canaán). 19 De estos tres hijos de Noé provienen todas las personas que ahora pueblan la tierra.

20 Después del diluvio, Noé comenzó a cultivar la tierra y plantó un viñedo. 21 Cierto día, bebió del vino que había hecho y se emborrachó, y estaba recostado y desnudo dentro de su carpa. 22 Cam, el padre de Canaán, vio que su padre estaba desnudo y salió a contárselo a sus hermanos. 23 Entonces Sem y Jafet tomaron un manto, se lo pusieron sobre los hombros y entraron de espaldas a la carpa para cubrir a su padre. Mientras lo hacían, miraban para otro lado a fin de no ver a su padre desnudo.

24 Cuando Noé despertó de su estupor, se enteró de lo que había hecho Cam, su hijo menor. 25 Entonces maldijo a Canaán, el hijo de Cam:

«¡Maldito sea Canaán!
    ¡Que sea el más inferior de los siervos para con sus familiares!».

26 Entonces dijo Noé:

«¡Bendito sea el Señor, Dios de Sem,
    y sea Canaán su siervo!
27 ¡Que Dios extienda el territorio de Jafet!
Que Jafet comparta la prosperidad de Sem,[b]
    y sea Canaán su siervo».

28 Noé vivió trescientos cincuenta años más después del gran diluvio. 29 Vivió novecientos cincuenta años y luego murió.

Mateo 8

Jesús sana a un leproso

Al bajar Jesús por la ladera del monte, grandes multitudes lo seguían. De repente, un leproso se le acercó y se arrodilló delante de él.

—Señor —dijo el hombre—, si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio.

Jesús extendió la mano y lo tocó.

—Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano!

Al instante, la lepra desapareció.

—No se lo cuentes a nadie —le dijo Jesús—. En cambio, preséntate ante el sacerdote y deja que te examine. Lleva contigo la ofrenda que exige la ley de Moisés a los que son sanados de lepra.[a] Esto será un testimonio público de que has quedado limpio.

La fe de un oficial romano

Cuando Jesús regresó a Capernaúm, un oficial romano[b] se le acercó y le rogó:

—Señor, mi joven siervo[c] está en cama, paralizado y con terribles dolores.

—Iré a sanarlo —dijo Jesús.

—Señor —dijo el oficial—, no soy digno de que entres en mi casa. Tan solo pronuncia la palabra desde donde estás y mi siervo se sanará. Lo sé porque estoy bajo la autoridad de mis oficiales superiores y tengo autoridad sobre mis soldados. Solo tengo que decir: “Vayan”, y ellos van, o: “Vengan”, y ellos vienen. Y si les digo a mis esclavos: “Hagan esto”, lo hacen.

10 Al oírlo, Jesús quedó asombrado. Se dirigió a los que lo seguían y dijo: «Les digo la verdad, ¡no he visto una fe como esta en todo Israel! 11 Y les digo que muchos gentiles[d] vendrán de todas partes del mundo —del oriente y del occidente— y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en la fiesta del reino del cielo. 12 Pero muchos israelitas —para quienes se preparó el reino— serán arrojados a la oscuridad de afuera, donde habrá llanto y rechinar de dientes».

13 Entonces Jesús le dijo al oficial romano: «Vuelve a tu casa. Debido a que creíste, ha sucedido». Y el joven siervo quedó sano en esa misma hora.

Jesús sana a mucha gente

14 Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, la suegra de Pedro estaba enferma en cama con mucha fiebre. 15 Jesús le tocó la mano, y la fiebre se fue. Entonces ella se levantó y le preparó una comida.

16 Aquella noche, le llevaron a Jesús muchos endemoniados. Él expulsó a los espíritus malignos con una simple orden y sanó a todos los enfermos. 17 Así se cumplió la palabra del Señor por medio del profeta Isaías, quien dijo:

«Se llevó nuestras enfermedades
    y quitó nuestras dolencias»[e].

Lo que cuesta seguir a Jesús

18 Cuando Jesús vio a la multitud que lo rodeaba, dio instrucciones a sus discípulos de que cruzaran al otro lado del lago.

19 Entonces uno de los maestros de la ley religiosa le dijo:

—Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.

20 Jesús le respondió:

—Los zorros tienen cuevas donde vivir y los pájaros tienen nidos, pero el Hijo del Hombre[f] no tiene ni siquiera un lugar donde recostar la cabeza.

21 Otro de sus discípulos dijo:

—Señor, deja que primero regrese a casa y entierre a mi padre.

22 Jesús le dijo:

—Sígueme ahora. Deja que los muertos espirituales entierren a sus propios muertos.[g]

Jesús calma la tormenta

23 Luego Jesús entró en la barca y comenzó a cruzar el lago con sus discípulos. 24 De repente, se desató sobre el lago una fuerte tormenta, con olas que entraban en el barco; pero Jesús dormía. 25 Los discípulos fueron a despertarlo:

—Señor, ¡sálvanos! ¡Nos vamos a ahogar! —gritaron.

26 —¿Por qué tienen miedo? —preguntó Jesús—. ¡Tienen tan poca fe!

Entonces se levantó y reprendió al viento y a las olas y, de repente, hubo una gran calma.

27 Los discípulos quedaron asombrados y preguntaron: «¿Quién es este hombre? ¡Hasta el viento y las olas lo obedecen!».

Jesús sana a dos endemoniados

28 Cuando Jesús llegó al otro lado del lago, a la región de los gadarenos,[h] dos hombres que estaban poseídos por demonios salieron a su encuentro. Vivían en un cementerio y eran tan violentos que nadie podía pasar por esa zona.

29 Comenzaron a gritarle: «¿Por qué te entrometes con nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para torturarnos antes del tiempo establecido por Dios?».

30 Sucedió que a cierta distancia había una gran manada de cerdos alimentándose. 31 Entonces los demonios suplicaron:

—Si nos echas afuera, envíanos a esa manada de cerdos.

32 —Muy bien, ¡vayan! —les ordenó Jesús.

Entonces los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y toda la manada se lanzó al lago por el precipicio y se ahogó en el agua.

33 Los hombres que cuidaban los cerdos huyeron a la ciudad cercana y contaron a todos lo que había sucedido con los endemoniados. 34 Entonces toda la ciudad salió al encuentro de Jesús, pero le rogaron que se fuera y los dejara en paz

 

Esdras 8

Los desterrados que regresaron con Esdras

La siguiente es una lista de los jefes de familia junto con las genealogías de los que regresaron conmigo de Babilonia durante el reinado del rey Artajerjes:

de la familia de Finees: Gersón;
de la familia de Itamar: Daniel;
de la familia de David: Hatús, descendiente de Secanías;
de la familia de Paros: Zacarías y otros ciento cincuenta hombres que fueron registrados;
de la familia de Pahat-moab: Elioenai, hijo de Zeraías, y otros doscientos hombres;
de la familia de Zatu[a]: Secanías, hijo de Jahaziel, y otros trescientos hombres;
de la familia de Adín: Ebed, hijo de Jonatán, y otros cincuenta hombres;
de la familia de Elam: Jesaías, hijo de Atalías, y otros setenta hombres;
de la familia de Sefatías: Zebadías, hijo de Micael, y otros ochenta hombres;
de la familia de Joab: Obadías, hijo de Jehiel, y otros doscientos dieciocho hombres;
10 de la familia de Bani:[b] Selomit, hijo de Josifías, y otros ciento sesenta hombres;
11 de la familia de Bebai: Zacarías, hijo de Bebai, y otros veintiocho hombres;
12 de la familia de Azgad: Johanán, hijo de Hacatán, y otros ciento diez hombres;
13 de la familia de Adonicam, la cual llegó después:[c] Elifelet, Jeiel, Semaías, y otros sesenta hombres;
14 de la familia de Bigvai: Utai, Zacur[d] y otros setenta hombres.

Viaje de Esdras a Jerusalén

15 Reuní a los desterrados junto al canal de Ahava, y acampamos allí tres días, mientras revisaba la lista de las personas y los sacerdotes que habían llegado. Descubrí que ni un solo levita se había ofrecido para acompañarnos. 16 Entonces mandé llamar a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulam, los cuales eran jefes del pueblo. También mandé llamar a Joiarib y Elnatán, quienes eran hombres con discernimiento. 17 Los envié a ver a Iddo, el líder de los levitas de Casifia, para pedirle a él, a sus parientes y a los sirvientes del templo que nos enviaran ministros para el templo de Dios en Jerusalén.

18 Como la bondadosa mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, nos enviaron a un hombre llamado Serebías junto con dieciocho de sus hijos y hermanos. Serebías era muy sagaz, un descendiente de Mahli, quien era descendiente de Leví, hijo de Israel.[e] 19 También enviaron a Hasabías junto con Jesaías, de los descendientes de Merari, a veinte de sus hijos y hermanos, 20 y a doscientos veinte sirvientes del templo. Los sirvientes del templo, un grupo de trabajadores instituido originalmente por el rey David y sus funcionarios, eran ayudantes de los levitas. Todos estaban registrados por nombre.

21 Allí, junto al canal de Ahava, di órdenes de que todos ayunáramos y nos humilláramos ante nuestro Dios. En oración le pedimos a Dios que nos diera un buen viaje y nos protegiera en el camino tanto a nosotros como a nuestros hijos y nuestros bienes. 22 Pues me dio vergüenza pedirle al rey soldados y jinetes[f] que nos acompañaran y nos protegieran de los enemigos durante el viaje. Después de todo, ya le habíamos dicho al rey que «la mano protectora de nuestro Dios está sobre todos los que lo adoran, pero su enojo feroz se desata contra quienes lo abandonan». 23 Así que ayunamos y oramos intensamente para que nuestro Dios nos cuidara, y él oyó nuestra oración.

24 Nombré doce jefes de los sacerdotes —Serebías, Hasabías y otros diez sacerdotes— 25 para que se encargaran de transportar la plata, el oro, los recipientes de oro y los demás artículos que el rey, sus consejeros y funcionarios, y todo el pueblo de Israel había presentado para el templo de Dios. 26 Pesé el tesoro mientras se lo entregaba a ellos y el total sumaba lo siguiente:

22 toneladas[g] de plata,
3400 kilos[h] de objetos de plata,
3400 kilos de oro,
27 20 recipientes de oro (equivalentes al valor de 1000 monedas de oro[i]),
2 objetos finos de bronce pulido (tan valiosos como el oro).

28 Luego les dije a los sacerdotes: «Ustedes y esos tesoros son santos, separados al Señor. La plata y el oro son una ofrenda voluntaria para el Señor, Dios de nuestros antepasados. 29 Cuiden bien esos tesoros hasta que se los entreguen a los principales sacerdotes, a los levitas y a los jefes de Israel, quienes los pesarán en los depósitos del templo del Señor en Jerusalén». 30 Entonces los sacerdotes y los levitas aceptaron la tarea de transportar esos tesoros de plata y de oro al templo de nuestro Dios en Jerusalén.

31 El 19 de abril,[j] levantamos el campamento junto al canal de Ahava y nos dirigimos a Jerusalén. La bondadosa mano de nuestro Dios nos protegió y nos salvó de enemigos y bandidos a lo largo del camino. 32 Así que llegamos a salvo a Jerusalén, donde descansamos tres días.

33 Al cuarto día de nuestra llegada, la plata, el oro y los demás objetos de valor fueron pesados en el templo de nuestro Dios y encomendados a Meremot, hijo del sacerdote Urías, y a Eleazar, hijo de Finees, junto con Jozabad, hijo de Jesúa, y Noadías, hijo de Binúi, ambos levitas. 34 Ellos rindieron cuenta de todo por número y peso, y el peso total quedó asentado en los registros oficiales.

35 Luego, los desterrados que habían regresado del cautiverio sacrificaron ofrendas quemadas al Dios de Israel. Ofrecieron doce toros por todo el pueblo de Israel, además de noventa y seis carneros y setenta y siete corderos. También sacrificaron doce chivos como ofrenda por el pecado. Todo se ofreció como una ofrenda quemada al Señor. 36 Los decretos del rey fueron entregados a sus funcionarios de más alta posición y a los gobernadores de la provincia situada al occidente del río Éufrates,[k] quienes colaboraron dando su apoyo al pueblo y al templo de Dios.