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Lea la Biblia en un año : 42º día

Lea la Biblia en un año : 42º día

Génesis 43

Los hermanos regresan a Egipto

43 El hambre seguía azotando la tierra de Canaán. Cuando el grano que habían traído de Egipto estaba por acabarse, Jacob dijo a sus hijos:

—Vuelvan y compren un poco más de alimento para nosotros.

Pero Judá dijo:

—El hombre hablaba en serio cuando nos advirtió: “No volverán a ver mi rostro a menos que su hermano venga con ustedes”. Si envías a Benjamín con nosotros, descenderemos y compraremos más alimento, pero si no dejas que Benjamín vaya, nosotros tampoco iremos. Recuerda que el hombre dijo: “No volverán a ver mi rostro a menos que su hermano venga con ustedes”.

—¿Por qué fueron ustedes tan crueles conmigo?—se lamentó Jacob[a]—. ¿Por qué le dijeron que tenían otro hermano?

—El hombre no dejaba de hacernos preguntas sobre nuestra familia—respondieron ellos—. Nos preguntó: “¿Su padre todavía vive? ¿Tienen ustedes otro hermano?”. Y nosotros contestamos sus preguntas. ¿Cómo íbamos a saber que nos diría: “Traigan aquí a su hermano”?

Judá le dijo a su padre:

—Envía al muchacho conmigo, y nos iremos ahora mismo. De no ser así, todos moriremos de hambre, y no solamente nosotros, sino tú y nuestros hijos. Yo garantizo personalmente su seguridad. Puedes hacerme responsable a mí si no te lo traigo de regreso. Entonces cargaré con la culpa para siempre. 10 Si no hubiéramos perdido todo este tiempo, ya habríamos ido y vuelto dos veces.

11 Entonces su padre Jacob finalmente les dijo:

—Si no queda otro remedio, entonces al menos hagan esto: carguen sus costales con los mejores productos de esta tierra—bálsamo, miel, resinas aromáticas, pistachos y almendras—; llévenselos al hombre como regalo. 12 Tomen también el doble del dinero que les devolvieron, ya que probablemente alguien se equivocó. 13 Después tomen a su hermano y regresen a ver al hombre. 14 Que el Dios Todopoderoso[b] les muestre misericordia cuando estén delante del hombre, para que ponga a Simeón en libertad y permita que Benjamín regrese. Pero si tengo que perder a mis hijos, que así sea.

15 Así que los hombres cargaron los regalos de Jacob, tomaron el doble de dinero y emprendieron el viaje con Benjamín. Finalmente llegaron a Egipto y se presentaron ante José. 16 Cuando José vio a Benjamín con ellos, le dijo al administrador de su casa: «Esos hombres comerán conmigo hoy al mediodía. Llévalos dentro del palacio. Luego mata un animal y prepara un gran banquete». 17 El hombre hizo conforme a lo que José le dijo y los llevó al palacio de José.

18 Los hermanos estaban aterrados al ver que los llevaban a la casa de José, y decían: «Es por el dinero que alguien puso en nuestros costales la última vez que estuvimos aquí. Él piensa hacer como que nosotros lo robamos. Luego nos apresará, nos hará esclavos y se llevará nuestros burros».

Banquete en el palacio de José

19 Los hermanos se acercaron al administrador de la casa de José y hablaron con él en la entrada del palacio.

20 —Señor—le dijeron—, ya vinimos a Egipto una vez a comprar alimento; 21 pero cuando íbamos de regreso a nuestra casa, nos detuvimos a pasar la noche y abrimos nuestros costales. Entonces descubrimos que el dinero de cada uno de nosotros—la cantidad exacta que habíamos pagado—¡estaba en la parte superior de cada costal! Aquí está, lo hemos traído con nosotros. 22 También trajimos más dinero para comprar más alimento. No tenemos idea de quién puso el dinero en nuestros costales.

23 —Tranquilos, no tengan miedo—les dijo el administrador—. El Dios de ustedes, el Dios de su padre, debe de haber puesto ese tesoro en sus costales. Me consta que recibí el pago que hicieron.

Después soltó a Simeón y lo llevó a donde estaban ellos.

24 Luego el administrador acompañó a los hombres hasta el palacio de José. Les dio agua para que se lavaran los pies y alimento para sus burros. 25 Ellos prepararon sus regalos para la llegada de José a mediodía, porque les dijeron que comerían allí.

26 Cuando José volvió a casa, le entregaron los regalos que le habían traído y luego se postraron hasta el suelo delante de él. 27 Después de saludarlos, él les preguntó:

—¿Cómo está su padre, el anciano del que me hablaron? ¿Todavía vive?

28 —Sí—contestaron—. Nuestro padre, siervo de usted, sigue con vida y está bien.

Y volvieron a postrarse.

29 Entonces José miró a su hermano Benjamín, hijo de su misma madre.

—¿Es este su hermano menor del que me hablaron?—preguntó José—. Que Dios te bendiga, hijo mío.

30 Entonces José se apresuró a salir de la habitación porque la emoción de ver a su hermano lo había vencido. Entró en su cuarto privado, donde perdió el control y se echó a llorar. 31 Después de lavarse la cara, volvió a salir, ya más controlado. Entonces ordenó: «Traigan la comida».

32 Los camareros sirvieron a José en su propia mesa, y sus hermanos fueron servidos en una mesa aparte. Los egipcios que comían con José se sentaron en su propia mesa, porque los egipcios desprecian a los hebreos y se niegan a comer con ellos. 33 José indicó a cada uno de sus hermanos dónde sentarse y, para sorpresa de ellos, los sentó según sus edades, desde el mayor hasta el menor. 34 También llenó sus platos con comida de su propia mesa, y le dio a Benjamín cinco veces más que a los demás. Entonces festejaron y bebieron libremente con José.

 

Marcos 7

Jesús enseña acerca de la pureza interior

Cierto día, algunos fariseos y maestros de la ley religiosa llegaron desde Jerusalén para ver a Jesús. Notaron que algunos de sus discípulos no seguían el ritual judío de lavarse las manos antes de comer. (Los judíos, sobre todo los fariseos, no comen si antes no han derramado agua sobre el hueco de sus manos,[a] como exigen sus tradiciones antiguas. Tampoco comen nada del mercado sin antes sumergir sus manos en[b] agua. Esa es solo una de las tantas tradiciones a las que se han aferrado, tal como el lavado ceremonial de vasos, jarras y vasijas de metal[c]).

Entonces los fariseos y maestros de la ley religiosa le preguntaron:

—¿Por qué tus discípulos no siguen nuestra antigua tradición? Ellos comen sin antes realizar la ceremonia de lavarse las manos.

Jesús contestó:

—¡Hipócritas! Isaías tenía razón cuando profetizó acerca de ustedes, porque escribió:

“Este pueblo me honra con sus labios,
    pero su corazón está lejos de mí.
Su adoración es una farsa
    porque enseñan ideas humanas como si fueran mandatos de Dios”[d] .

Pues ustedes pasan por alto la ley de Dios y la reemplazan con su propia tradición.

Entonces dijo:

—Ustedes esquivan hábilmente la ley de Dios para aferrarse a su propia tradición. 10 Por ejemplo, Moisés les dio la siguiente ley de Dios: “Honra a tu padre y a tu madre”[e] y “Cualquiera que hable irrespetuosamente de su padre o de su madre tendrá que morir”[f]. 11 Sin embargo, ustedes dicen que está bien que uno les diga a sus padres: “Lo siento, no puedo ayudarlos porque he jurado darle a Dios lo que les hubiera dado a ustedes”[g]. 12 De esta manera, ustedes permiten que la gente desatienda a sus padres necesitados. 13 Y entonces anulan la palabra de Dios para transmitir su propia tradición. Y este es solo un ejemplo entre muchos otros.

14 Luego Jesús llamó a la multitud para que se acercara y oyera. «Escuchen, todos ustedes, y traten de entender. 15 Lo que entra en el cuerpo no es lo que los contamina; ustedes se contaminan por lo que sale de su corazón[h]».

17 Luego Jesús entró en una casa para alejarse de la multitud, y sus discípulos le preguntaron qué quiso decir con la parábola que acababa de emplear. 18 «¿Ustedes tampoco entienden?—preguntó—. ¿No se dan cuenta de que la comida que introducen en su cuerpo no puede contaminarlos? 19 La comida no entra en su corazón, solo pasa a través del estómago y luego termina en la cloaca». (Al decir eso, declaró que toda clase de comida es aceptable a los ojos de Dios).

20 Y entonces agregó: «Es lo que sale de su interior lo que los contamina. 21 Pues de adentro, del corazón de la persona, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, el robo, el asesinato, 22 el adulterio, la avaricia, la perversidad, el engaño, los deseos sensuales, la envidia, la calumnia, el orgullo y la necedad. 23 Todas esas vilezas provienen de adentro; esas son las que los contaminan».

La fe de una mujer gentil

24 Luego Jesús salió de Galilea y se dirigió al norte, a la región de Tiro.[i] No quería que nadie supiera en qué casa se hospedaba, pero no pudo ocultarlo. 25 Enseguida una mujer que había oído de él se acercó y cayó a sus pies. Su hijita estaba poseída por un espíritu maligno,[j] 26 y ella le suplicó que expulsara al demonio de su hija.

Como la mujer era una gentil,[k] nacida en la región de Fenicia que está en Siria, 27 Jesús le dijo:

—Primero debo alimentar a los hijos, a mi propia familia, los judíos.[l] No está bien tomar la comida de los hijos y arrojársela a los perros.

28 —Es verdad, Señor—respondió ella—, pero hasta a los perros que están debajo de la mesa se les permite comer las sobras del plato de los hijos.

29 —¡Buena respuesta! —le dijo Jesús—. Ahora vete a tu casa, porque el demonio ha salido de tu hija.

30 Cuando ella llegó a su casa, encontró a su hijita tranquila recostada en la cama, y el demonio se había ido.

Jesús sana a un sordo

31 Jesús salió de Tiro y subió hasta Sidón antes de regresar al mar de Galilea y a la región de las Diez Ciudades.[m] 32 Le trajeron a un hombre sordo con un defecto del habla, y la gente le suplicó a Jesús que pusiera sus manos sobre el hombre para sanarlo.

33 Jesús lo llevó aparte de la multitud para poder estar a solas con él. Metió sus dedos en los oídos del hombre. Después escupió sobre sus propios dedos y tocó la lengua del hombre. 34 Mirando al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que significa «¡Ábranse!». 35 Al instante el hombre pudo oír perfectamente bien y se le desató la lengua, de modo que hablaba con total claridad.

36 Jesús le dijo a la multitud que no lo contaran a nadie, pero cuanto más les pedía que no lo hicieran, tanto más hacían correr la voz. 37 Quedaron completamente asombrados y decían una y otra vez: «Todo lo que él hace es maravilloso. Hasta hace oír a los sordos y da la capacidad de hablar al que no puede hacerlo».

Job 10

Job expresa su petición a Dios

10 »Estoy harto de mi vida.
    Dejen que desahogue mis quejas abiertamente;
    mi alma llena de amargura debe quejarse.
Le diré a Dios: “No me condenes de plano,
    dime qué cargos tienes en mi contra.
¿Qué ganas con oprimirme?
    ¿Por qué me rechazas, siendo yo obra de tus manos,
    mientras miras con favor los planes de los malvados?
¿Son tus ojos como los de un ser humano?
    ¿Ves las cosas de la misma manera que la gente?
¿Dura tu vida lo mismo que la nuestra?
    ¿Es tu vida tan corta
que tienes que apurarte a descubrir mi culpa
    y a buscar mi pecado?
Aunque sabes que no soy culpable,
    no hay quien me rescate de tus manos.

»”Tú me formaste con tus manos; tú me hiciste,
    sin embargo, ahora me destruyes por completo.
Recuerda que me hiciste del polvo;
    ¿me harás volver tan pronto al polvo?
10 Tú guiaste mi concepción
    y me formaste en el vientre.[a]
11 Me vestiste con piel y carne
    y tejiste mis huesos junto con mis tendones.
12 Me diste vida y me mostraste tu amor inagotable,
    y con tu cuidado preservaste mi vida.

13 »”Sin embargo, tu verdadero motivo
    —tu verdadera intención—
14 era vigilarme y, si cometía pecado,
    no perdonar mi culpa.
15 Si soy culpable, mala suerte para mí;
    aun si soy inocente, no puedo mantener mi cabeza en alto
    porque estoy lleno de vergüenza y sufrimiento.
16 Y si mantengo mi cabeza en alto, tú me persigues como un león
    y despliegas contra mí tu imponente poder.
17 Una y otra vez testificas en mi contra;
    derramas sobre mí tu creciente enojo
    y desplazas tropas de relevo contra mí.

18 »”¿Por qué entonces me sacaste del vientre de mi madre?
    ¿Por qué no me dejaste morir al nacer?
19 Sería como si nunca hubiera existido;
    habría ido directamente del vientre a la tumba.
20 Me quedan pocos días, así que déjame en paz
    para que tenga un momento de consuelo
21 antes de irme—para nunca más volver—
    a la tierra de oscuridad y penumbra absoluta.
22 Es una tierra tan oscura como la medianoche,
    una tierra de penumbra y confusión
    donde aun la luz es tan oscura como la medianoche”».