Noticias | - 4:21 pm
Tal vez uno es un sobreviviente de un trauma, una pérdida, una traición, fallas o desamor, y esa experiencia le dejó una cicatriz que, para muchos, no es visible.
Muchas personas quieren estar en una relación, pero les cuesta confiar, se cierran cuando hay problemas o mantienen a los demás alejados. Por eso se dice que amar duele. Tal vez no es que el amor duela. Lo que duele es que, cuando algo nos recuerda una herida pasada, ese dolor vuelve.
No es tanto que uno viva en el pasado o que no haya avanzado. Si observamos la definición de una “cicatriz”, veremos que una cicatriz es señal de sanidad, pero también de dolor. El problema es que hay cicatrices invisibles que siguen influyendo en nuestras decisiones, incluso mucho después de que creemos haber sanado.
A veces, aparentar fortaleza solo nos encierra más. Podemos soportar mucho por fuera, pero por dentro seguimos atados… no al pasado, sino a la cicatriz que dejó.
Ser fuerte de verdad no es aguantar en silencio, sino tener el valor de pedir ayuda y enfrentar lo que aún duele.
Desde la psicología, se entiende que muchas veces creemos mentiras construidas a partir de nuestras experiencias. Por ejemplo, alguien que fue traicionado puede pensar: “Siempre me va a pasar lo mismo.” Este tipo de pensamiento surge como un mecanismo de protección, pero a largo plazo nos limita y nos hace ver la vida de forma equivocada.
Algunos filósofos creen que el sufrimiento forma parte de nuestra identidad y que las cicatrices son parte de nuestro ser, lo que moldea nuestras decisiones, temores y carácter.
Desde la psicología y la filosofía podemos entender una parte… pero también hay una respuesta espiritual que ha traído consuelo a millones: lo que enseña la Biblia.
“No se acuerden de las cosas pasadas ni consideren las cosas antiguas. He aquí que yo hago una cosa nueva; pronto surgirá…” (Isaías 43:18-19).
Más allá de lo que dice la psicología, muchas personas encuentran sanidad real cuando también conectan con lo espiritual.
La Biblia nos enseña que no son las cicatrices las que definen quiénes somos. Cuando nos entregamos a Él, nos hace nuevos, y desde ese momento podemos seguir adelante con Su ayuda y Su gracia.
¿Qué significa recibir Su gracia, ese amor que no se gana, pero que transforma a quien lo acepta?
“…Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad…” (2 Corintios 12:9).
La gracia de Dios — es decir, Su amor inmerecido y Su disposición a perdonarnos, aun cuando sentimos que no lo merecemos — nos da acceso a un perdón que transforma.
Cuando lo pedimos con sinceridad, Dios nos libera de la prisión mental que el dolor ha creado.
A veces no se trata de que uno haya hecho algo mal, sino de que ciertas situaciones requieren perdón para que el cambio que Dios promete se active. José fue traicionado por sus hermanos, vendido, acusado falsamente y olvidado en prisión.
Su debilidad y sufrimiento no definieron quién era, pero sí formaron parte de su misión con Dios.
Lo que parecía destinado a destruirlo fue justamente lo que Dios usó para salvarlo… y también a quienes le hicieron daño.