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El mensaje del evangelio nunca fue destinado a quedarse entre cuatro paredes—fue hecho para caminar. El evangelismo no es solo hablar; es moverse, sacrificarse y hacer visible el amor de Dios.En la enseñanza cristiana, un evangelista es alguien llamado a proclamar las “buenas nuevas” de Jesucristo—no solo para informar, sino para invitar a otros a una relación transformadora con Dios. Aunque la definición académica puede sonar como un simple acto de persuasión, la verdadera labor de un evangelista está arraigada en la compasión, la acción y una convicción espiritual profunda.
Dentro de la iglesia, el evangelismo no se limita a un púlpito. Se vive en los vecindarios, en las aceras y en las conversaciones silenciosas. Recientemente, miembros de EVG llevaron este llamado a las calles. Caminaron por las zonas cercanas, entregando alimentos, agua, café y sándwiches a personas que viven en carpas. Además de cubrir necesidades físicas, ofrecieron palabras breves pero sinceras de aliento y oraciones—pequeñas luces de esperanza en medio de circunstancias difíciles.
Esto nos recuerda las palabras del profeta Isaías: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, que proclama la paz, que anuncia buenas noticias, que proclama la salvación, que dice a Sion: ‘¡Tu Dios reina!’”(Isaías 52:7) Aquí, Sion no se refiere solo a la antigua Jerusalén, sino simbólicamente al pueblo de Dios—quienes necesitan renovación, quienes están agobiados por el peso de la vida. Los evangelistas, como los que describe Isaías, son mensajeros de paz y salvación. Llevan esperanza a las Siones modernas—los heridos, los olvidados, los invisibles.
El camino hacia Dios rara vez es recto o fácil. Se parece al clima cambiante en las montañas, que refleja las emociones y desafíos que enfrentamos en nuestra fe. El invierno, con su frío y su oscuridad, puede aludir a momentos en los que nos sentimos perdidos, solos o sin rumbo. El verano, con su calor intenso, puede ser una metáfora de la impaciencia y el deseo de respuestas rápidas, cuando el corazón anhela cambios inmediatos. La primavera, en cambio, representa la transformación: un tiempo de renovación, crecimiento y esperanza, cuando los brotes verdes empiezan a asomar después del frío.
Así como el clima en la montaña nunca es constante, nuestra vida espiritual está llena de estaciones. A veces enfrentamos pruebas largas como inviernos, otras veces sentimos la urgencia del verano, y en otras florece el alma en primavera. Pero cada temporada tiene su propósito. La montaña nos enseña que la perseverancia, la fe y la paciencia son esenciales para llegar a la cima. No hay atajos, pero cada paso, cada estación, nos acerca más a la presencia de Dios.
Por eso, no importa en qué momento te encuentres hoy, recuerda que el cambio está ocurriendo. Mantente firme, sigue caminando con esperanza. La cima está cerca, y con cada paso, te transformas en la persona que Dios creó para ser.
Quienes hoy extienden la mano en las calles, también fueron tocados por ese cambio. No buscan imponer, sino compartir lo que un día transformó sus corazones. Invitan a otros a acercarse a la iglesia, a descubrir por sí mismos la verdad de la Palabra.
La comida que ofrecen no es condición ni recompensa; es simplemente un acto de bondad. Y sus palabras sobre Dios no son obligación, sino una semilla. Porque evangelizar no es convencer—es servir, caminar con humildad y sembrar esperanza donde antes había soledad.
La Iglesia Universal realiza labores sociales y evangelística todas las semanas. Si usted reside en Los Ángeles, California acompáñenos en los servicios de fe en el 625 S Bonnie Brae St Los Angeles, CA 90057 o en la Iglesia Universal más cercana a usted.
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