Noticias | - 4:26 pm
El EVG es conocido por ir más allá para compartir la Palabra de Dios, tanto con palabras como con acciones. En su última visita, demostraron la bondad que están llamados a compartir con quienes más lo necesitan. En los hogares de retiro, por ejemplo, muchos de nuestros ancianos han sido dejados de lado, recibiendo pocas o ninguna visita de sus familiares o amigos. No podemos juzgar con facilidad, ya que algunos pueden no tener familiares cercanos o sus seres queridos ya han fallecido. Pero es precisamente en esos momentos, cuando la soledad parece dominar, donde la presencia de EVG brilla con mayor intensidad.
Las tareas que para nosotros pueden parecer cotidianas—como peinar, pintar uñas, bailar, cantar o jugar—pueden ser difíciles de realizar para los ancianos por diversas razones, ya sean físicas o emocionales. Sin embargo, EVG se toma el tiempo con amor para hacer todas estas cosas y, lo más importante, nunca se van sin antes ofrecer una oración. Estos pequeños actos llevan un mensaje poderoso: eres visto, eres valioso y no estás olvidado.
Es fácil pasar por alto las necesidades de quienes nos rodean, y aún más fácil dar por sentadas las bendiciones que tenemos. A menudo no nos damos cuenta de que lo que consideramos “normal”—salud, compañía, movilidad, alegría—puede estar fuera del alcance de otra persona. Habrá momentos en la vida en los que tengamos en abundancia y podamos dar con generosidad, y otros en los que apenas tengamos para nosotros mismos. Pero el acto de mostrar desinterés y compasión siempre será el camino correcto, sin importar cuánto podamos dar.
Abandonar a los ancianos y dejarlos en la soledad no solo les arrebata la compañía y la dignidad, sino que también nos priva a nosotros de la sabiduría y alegría que pueden compartir. Visitarlos, escuchar sus historias y simplemente estar presentes es un acto de amor que refleja el corazón de Dios. Como está escrito en 1 Pedro 3:8-9: “En conclusión, sed todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos y de espíritu humilde; no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fuisteis llamados con el propósito de heredar bendición.”
El secreto de la vida feliz no se encuentra en la riqueza material ni en el éxito constante, sino en vivir una vida arraigada en la compasión, la humildad y la alegría compartida. Cuando servimos a los demás—especialmente a los más olvidados—abrimos nuestro corazón al propósito de Dios. Y en esa conexión, encontramos una felicidad verdadera y duradera.
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