Noticias | - 8:00 am
Comenzar algo nuevo puede ser difícil, sobre todo cuando sentimos que lo que quedó atrás era parte de nosotros. A veces nos quedamos congelados, atrapados o bloqueados porque queremos avanzar, pero todavía no hemos sanado lo que nos duele. Es normal que cuando algo termina mal, uno quiera arreglarlo antes de seguir adelante.
Como ya se mencionó, el ser humano tiende a querer reparar lo que terminó mal. Cuando vivimos algo parecido a lo que nos dolió antes, es como si se encendiera una alarma dentro de nosotros y nos hiciera volver a ese pasado que todavía lastima. A eso se le llama parálisis emocional.
Cuando uno está en este estado, no se trata de sentir tristeza, porque no se tiene la habilidad de procesarla. Tampoco se trata de enojo, porque uno no puede soltarlo. Lo que está sucediendo es que emociones no resueltas se han acumulado, persisten y bloquean el camino hacia una nueva experiencia.
Desafortunadamente, la parálisis emocional crea muchos hábitos que detienen a la persona, y quien está pasando por esta situación tal vez no es consciente del ciclo en el que ha caído.
Tal vez esta frase le suene conocida: dos niños juegan, el juego se vuelve competitivo, discuten por quién ganó y empiezan los empujones. Se empujan tanto que ya ni recuerdan cómo empezó el problema. Y cuando los descubren, ambos dicen lo mismo: “Él/ella empezó.”
Esto nos lleva a la actitud de culpa y victimismo, donde todos tienen la culpa, pero no hay una conclusión con esperanza ni progreso.
Como en el ejemplo, los niños se señalan con el dedo, pero el argumento nunca llega a una resolución, porque queda en un punto neutro… en parálisis.
Se evita asumir la responsabilidad personal.
Se quedan estancados en el pasado porque creen que su vida está determinada enteramente por lo que otros les hicieron. Por ejemplo, es como alguien que no terminó sus estudios porque un padre, una madre o quien sea le dijo que dejara de estudiar. Cada vez que esta persona habla del tema, siempre culpa a quien le dio esa instrucción.
Todos, sin importar la situación, tenemos nuestras propias decisiones. Tal vez cueste, dependiendo de la persona o las circunstancias, pero, aun así, tenemos el poder de decidir.
Muchos, en esta situación, entregan su poder de decidir con pensamientos como:
“Estoy aquí por ellos.”
Esto implica que la persona ha cedido por completo su voluntad a lo que los demás dicen, demostrando una vez más que se ha quedado en neutral.
Porque asumir responsabilidad duele.
Aceptar que uno tiene responsabilidad sobre su vida, y que a veces tendrá que tomar decisiones en las que tal vez falle o que parezcan injustas, duele, sin importar desde qué ángulo se mire.
Para superar esto, es necesario confrontar la verdad, aunque incomode:
Si uno culpa a otros por el pasado, no enfrenta la verdad.
Así nace la parálisis emocional: repitiendo el mismo empuja-empuja de siempre.
Los pensamientos de víctima siempre nos dirán:
Si hablamos del mundo y de lo que piensan los intelectuales, ellos dicen que los fuertes superan su pasado y crean significado a través de la fuerza de voluntad.
Sin embargo, con base en todo lo expuesto en este artículo, eso no puede ser del todo cierto.
Porque es, precisamente, por la voluntad propia que muchos caen en un estado de parálisis emocional.
Si pensamos en Adán y Eva y su relación después de caer en pecado, vemos que Adán culpó a Eva, y ella culpó a la serpiente. Así permitieron que el pecado entrara en sus vidas como resultado de culparse mutuamente (Génesis 3), en lugar de asumir la responsabilidad de sus acciones.
Vivir en la voluntad de Dios —quien es el camino, la verdad y la vida— es lo que verdaderamente libera al ser humano de todo, especialmente del pasado.
Por eso la Palabra nos dice:
“Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” (Juan 8:32)
Con todo esto dicho, le sugiero que se acerque a Dios, para que pueda confrontar la verdad; Él le mostrará el camino, y como resultado, usted será liberado y tendrá vida.