Noticias | - 5:19 pm
Comenzar algo nuevo muchas veces puede ser muy difícil y pesado. Tal vez pesado porque, de una manera u otra, estamos acostumbrados a la rutina o a la circunstancia en la que nos encontramos. Difícil, porque no queremos sentir que hemos perdido; es decir, nuestras emociones están apegadas a la situación en la que estamos.
Muchas veces, sin darnos cuenta, cuando nos encontramos atrapados en el pasado, es porque nos seguimos identificando con él. A esto se le llama aferrarse a una identidad pasada.
Esta identidad muchas veces se forma por cosas como:
Pero, ¿de dónde viene esta obsesión o entrega al pasado?
Por ejemplo, cuando uno estuvo en una relación con alguien y vivió un buen momento, pero por una u otra razón se tuvieron que dejar o separar. La mente de uno se bloquea en momentos que dejan cicatrices y terminan formando parte de su identidad.
Muchas veces, esto viene desde la niñez, como cuando le dicen a uno: “Eres irresponsable” o “¿Por qué siempre tienes que ser el problema?”. Tal vez uno ni siquiera era así, pero, aun así, son marcas que quedan del pasado.
Esto sucede cuando uno no sabe quién es fuera de su pasado, es decir, uno solo se identifica con lo que vivió. Se dicen cosas como: “Antes yo no era así” o “Yo era feliz cuando estaba con…”. Por miedo al cambio, muchas veces uno no se da el espacio necesario para sanar la herida.
A veces, sin darnos cuenta, estos tres puntos son los que hacen que uno se clave con el pasado y lo vuelva parte de su identidad. Pero vivir pegado a eso nos termina haciendo daño.
Después de todo esto, la pregunta sigue siendo: ¿por qué nos da miedo cambiar?
Instinto de sobrevivencia usualmente es lo que se activa en nuestra cabeza cuando se percibe una “amenaza”. El cambio, ya sea bueno o no, se activa automáticamente porque uno recuerda otras experiencias que ha tenido y que no le gustaron.
Miedo a perder el control: A todos nos gusta sentir que tenemos el control de lo que pasa a nuestro alrededor. Pero cuando llega un cambio, toca dar un paso hacia lo desconocido, algo que no siempre se puede predecir ni manejar. Y ahí es cuando nos llenamos de dudas:
El cambio puede dar miedo, porque no sabemos lo que va a pasar. Pero quedarnos pegados al pasado también nos puede hacer mucho daño. Muchos expertos han hablado de algo que le pasa a mucha gente y lo llaman “la fe mala”: es como engañarse a uno mismo, seguir actuando como si uno fuera el mismo de antes, alguien que falló, aunque ya no lo sea. A veces hacemos eso para evitar volver a caer, pero al final, lo único que logramos es encerrarnos y no darnos chance de avanzar.
Como ya se dijo, sabemos que los cambios no son fáciles. Pero si uno no tiene fe, simplemente no se logran. Y no estamos hablando de tener fe en uno mismo, porque cuando uno está mal, ni cree en lo que puede hacer. Pero cuando uno pone su fe de verdad en el Señor Jesús, ya no hay inseguridad ni duda. Uno sabe que va con todo, porque va con Él.
La Palabra nos enseña que actuemos así en la fe: Esteban dio la siguiente respuesta:
—Hermanos y padres, escúchenme. Nuestro glorioso Dios se le apareció a nuestro antepasado Abraham en Mesopotamia antes de que él se estableciera en Harán. Dios le dijo: “Deja tu patria y a tus parientes y entra en la tierra que yo te mostraré”. Entonces Abraham salió del territorio de los caldeos y vivió en Harán hasta que su padre murió. Después Dios lo trajo hasta aquí, a la tierra donde ustedes viven ahora. (Hechos 7:2-4)
Se puede decir que el padre de Abraham representaba un símbolo de su pasado y de cómo él se identificaba. No fue sino hasta que su padre murió que Abraham salió de la tierra de Harán, guiado por su fe en Dios. Es decir, fue en ese momento cuando pudo comenzar algo nuevo, algo bueno para él. A partir de ahí, Abraham se convierte en el padre de la fe buena, la fe verdadera.
Cuando hablamos de fe, no se trata solo de creer en algo —se trata de confiar en Dios, incluso cuando no entendemos todo. Abraham no tenía claro qué venía, solo sabía que algo iba a cambiar. ¿Y qué hizo? Obedeció.La fe real comienza cuando decides seguir a Dios, aunque no veas el camino completo. Cuando haces eso, los pensamientos negativos pierden fuerza, porque tus ojos ya no están en el problema, están en Él. Eso es tener una fe viva, una fe buena.