Noticias | - 10:03 am


27 mitos que impiden la felicidad en el amor (parte I)

Yo me convertí en una persona extremadamente sentimental y celosa, pensando que Renato podría cambiarme en cualquier momento

Antes de casarme, yo tenía una ambición positiva de marcar la diferencia como mujer. Quería ser diferente, no alguien que se llevara por el pensamiento de los demás. Sin embargo, ni bien me casé, una mujer con más experiencia me dijo que, como esposa, yo tenía que ser para Renato como el apoyo de un portarretratos. Quien tenía que aparecer y brillar era él, no yo. Algo más o menos así:

¿Logran verme allá atrás? Exactamente, fue así que comencé a sentirme. Prácticamente invisible. La idea era que mi único papel en el matrimonio era el de servir a mi marido, en el sentido servicial realmente, y solo así yo estaría sirviendo a Dios.

Esa creencia, juntamente con mis inseguridades durante los primeros 12 años de casada, acabó con todas mis ambiciones de marcar la diferencia. Comencé a ver a Renato como al sol de mi planeta, a ver en él todos sus errores y señalarlos, como si mi única función en la vida fuera mejorar a mi marido. Yo me convertí en una “perfecta” ama de casa, ya que la razón de mi existencia era servir a Renato.

Y fue así que me fui apagando, anulándome, de a poco. De repente, ya no era más aquella joven llena de sueños, que se casó con su primer novio, sino la esposa pesada, que perdió toda su personalidad para estar entre bastidores.

Y qué bastidores… Yo me sentía sola, desvalorizada y cada vez más incapaz. Mientras Renato crecía, yo desaparecía en su sombra.

Eso generó la mayoría de nuestros problemas. Yo me convertí en una persona extremadamente sentimental y celosa, pensando que Renato podría cambiarme en cualquier momento. Bastaría que una mujer más bonita e interesante que yo apareciera. Y esa falta de confianza en mí misma me volvía desagradable y, por momentos, incluso fea. Mi marido no me buscaba para intercambiar ideas, no le importaba mi opinión y, muchas veces, yo me sentía una inútil, un cero a la izquierda, y eso me corroía por dentro.

Hasta que, a los 12 años de casada, mi papá me dijo: “Hija mía, a ningún hombre le gusta la mujer que mendiga amor. ¡No necesitas eso! ¿Por qué no vas ayudar a las mujeres de la iglesia? Usa tu tiempo para serle útil a Dios”.

Exit mobile version